Artículo publicado el martes 05/05/2015 en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
ABUSO DE CONFIANZA
No cabe duda de que todas las personas somos iguales con nuestras virtudes y defectos, que por algo somos humanos y no maniquíes del Corte Inglés, pero algunas son más difíciles que otras y más complicadas que enhebrar el hilo de un carrete (canutillo) en un alfiler. Y más que complicadas servidora diría abusadoras, que en el Diccionario de la Lengua significa “el que abusa en provecho propio”. Y hoy vengo de comparaciones porque me sale del alma y me divierte como a un niño un juguete. Lo que a continuación les voy a contar me causó un dolor como si el hueso de mi rodilla se saliera de su sitio, aunque tampoco voy a exagerar para que crean que quedé destrozada como la carne picada pero, vaya, que para mí fue increíble como tapizar un sofá con dos metros de tela. ¿Ven? Ya me salió la vena de las comparaciones. No lo puedo remediar.
Pues ocurrió que hace años, tenía servidora una modista con tantos granos en la cara como una colcha de piqué, baja de estatura (aparrada) y flaca como un bígaro (pejín), sin llegar a fea (cocorioco) pero con unas manos para la costura que para sí las hubiera querido una profesora de C.C.C. Pero sucedió que un buen día (mejor dicho mal día) vino como siempre a probarme a casa un vestido en seda salvaje que conseguí de un retal y que necesitaba para la boda de la hija de una buena amiga mía. Como las modistas con unas tijeras en las manos son como los peluqueros, que pierden el tino cortando, Eusebia (nombre ficticio), protagonista con sus tijeras como la campana extractora de la cocina y con ellas en la mano más peligrosa que una escalera mal alumbrada, ese día la estropeó (la encharcó), pues viendo que el vestido me lo había dejado algo estrecho de sisas, y mientras me contaba un chisme enrollándose como un estor (o cochinilla), pues nunca fue cerrada de carácter como un sandwich envasado, cortó las mismas tan exageradamente que agrandó el corte tanto como integrar una terraza en un salón, con lo cual quedaba al descubierto lo que no se tenía que ver, y para más remate no había tela para añadir, lo que me dejó tan decepcionada como que te lleven a la cama la bandeja del desayuno vacía.
Todavía asombrada como si me hubiera regalado una póliza de seguro de entierro, y por un instante, me asaltó la cólera con unas ganas de mandarla al carajo (con perdón) en un ataque oral porque aquello rebasaba todos los límites, pero como siempre he sido enemiga de grescas (pleitos), sacudí mis malas ideas y con una corajina (rasquera) pero con furia contenida le pregunté descorazonada qué hacíamos ahora con aquel mal empleado (malimpriado) e inservible vestido, a lo que con una tranquilidad pasmosa y con mucho de descaro atrevido (farruca), mientras ella me desprendía del vestido dejándome casi en pelota picada y como una perdiz escabechada, me sugirió que del vestido me confeccionaría una falda, y que me comprara otra tela “con más metros, por si fallaba de nuevo”. ¡Y rián p’al Puerto!
Aquella salida me pareció tan increíble como ver volar un helicóptero sin hélice, y pensé que en medio de este mundo de locos Eusebia estaba colgada como una lámpara de techo, y aunque mi estado de indignación (reconcomio) me llevaba a exponerle un demoledor insulto, preferí serenarme en lugar de pelearme, pues dos no pelean si una no quiere y sin cacao no hay chocolate, pero pensando que ya no la tendría más como modista por muy buena que fuera en su oficio, pues como ella habrían más, o sea que, “detrás de una guagua viene otra y la mancha de una mora con otra verde se quita”. Y es que como buena virgo, soy una optimista que siempre ve una oportunidad en cada problema…, aunque en alguna parte de mi cabeza detecte algo así como una explosión de dinamita cuando me enfrento a abusos de confianza. Ay, Señor, qué cosas…
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