Artículo publicado el pasado martes, 08/03/2016, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
A REY MUERTO, REY PUESTO
No. No me refiero a nuestro actual rey ni al rey emérito, que yo sepa no ha fallecido, sino a ciertas viudas que tienen muy claro que su paso por este mundo ha de ser siempre en compañía de algún chamaco que les dé seguridad al llegar a casa de noche, en ir al teatro, al cine, a una cena, a un viaje…y así un largo etcétera, porque la soledad se les hace muy difícil de soportar.
Hace unos días tropecé con una amiga que hacía siglos no veía y con quien siempre empaticé, desde jóvenes ambas. La encontré exultante, entusiasmada y dicharachera, algo que nunca fue sino más bien comedida y seria, y así se lo hice notar, cosa que agradeció. Sin pedirle explicaciones abordó el tema de su viudedad (desconocido para mí) hacía unos pocos años, añadiendo que es una desgracia que puede tocarle a cualquiera, ¿?, lo cual no puse en duda. Comentó que siempre había sido feliz con su marido pero que ahora lo era aún más, pues se había vuelto a casar con un amigo de su juventud de quien siempre echó pestes por veleta, parrandista y un trasnochador que no paraba la pata en casa ni amarrado, y que euro que tenía, euro que se gastaba.
Sorprendida por su decisión, le pregunté que cómo había cambiado tanto su opinión sobre él, contestándome acto seguido con un halo de luz en la mirada y una larga sonrisa de comisura a comisura, “porque no iba a desperdiciar ni una hora de lo que me queda de vida, y pensé que más vale malo conocido que bueno por conocer. Y ya ves, me va estupendamente, aunque cansada como una burra porque me tiene del tingo al tango y del tango al tingo, y deseando llegar a mi casa para echarme un rato en la cama”. Manifesté mi felicitación por la elección mientras ella, metida en su concha del alborozo y del júbilo, no se resistía a contarme ciertas picardías con tal agudeza que no entendí cómo no se ruborizaba.
Metida en confianza y desbordada en su entusiasmo, se le habían calentado los motores de su intimidad y, por las barbas de Neptuno, dominada por la risa lo demostré a carcajadas porque estoy segura de que oyéndola se me redujo el nivel de colesterol, ya que creo firmemente que no hay mejor oxígeno que la algazara. Verla sintiendo tanta alegría como un hueso soldado en su nuevo matrimonio, con aquella actividad física y mental transmitiéndome su eufórico estado de ánimo, me hizo entender en alguna parte de mi cabeza aquello de “la mancha de una mora con otra verde se quita” o que “detrás de una guagua viene otra”.
En fin, amor o no amor, está claro que para ella el nuevo marido es práctico como un galán de noche, y a mí me pareció estupendo tal forma de entender la vida. Además, siempre se ha oído que “sarna con gusto no pica”. Que tengan un buen día.
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