Artículo publicado hoy martes, 17/11/2009, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
HABLEMOS DE NUEVO DE LA IGLESIA
A pesar de abrigar el propósito de no volver a opinar sobre la Iglesia, hoy regreso sobre la misma porque la amo y no deseo que se apague como desaparece una hoguera después de arder. Pero sólo me voy a pronunciar sobre la celebración de la santa misa, dado que veo que la sensibilidad de los católicos hacia el culto religioso se ha ido erosionando debido a la espesura inamovible de sus formas poco incitadoras, adormecidas, perennes en sus reglas, lo cual no predispone a la asistencia de sus fieles. Cuando una era jovencita, recuerdo que el gozo que sentía durante la celebración de la misa en mi parroquia era una fuente de paz espiritual, pero de eso han pasado muchos años, la misa continúa estancada en sus reglas y ya se me hace difícilmente digerible aguantar tres cuartos de hora de aburrimiento. Y que no me vengan a decir las señoras pías que todo está bien, que la celebración de la santa misa las sigue conmoviendo, porque creo sinceramente que tal ceremonia transmite poco y la ausencia de innovaciones pone el punto en la i. También debo matizar que la santa misa no es desde luego una verbena de verano y sí un lugar de recogimiento y visita al Santísimo, pero mejor sería con otra visión, o sea, dándole un enfoque más ameno, otro planteamiento para que no enmohezca ni se anquilose, porque todos necesitamos de la Iglesia y de sus ministros que tan importantes son para el alimento de nuestra alma. Y esto solamente se consigue tomándose el tiempo para madurar sus cánones y hacer de ello una realidad tangible donde todos los cristianos encontremos un hueco.
Resumir las consideraciones subjetivas que tengo sobre la celebración del oficio religioso es tarea difícil, pues no deseo modificar la respiración de quienes creen fervientemente en este culto, y aunque soy una católica practicante, con una fe inquebrantable y vivo alentada por la esperanza de una vida eterna, que es el fin primero de una vida humana, siento verdadera tristeza de que nuestra Iglesia Católica continúe respirando por la herida en su parálisis progresiva de sus estrictas reglas o modos sobre la importante celebración, y que no concentre todas sus fuerzas para incrementar el interés de sus fieles. Siempre hemos creído que la Iglesia es una sociedad viva que tiene el deber de animar a sus fieles, de enseñar y practicar con fidelidad la santidad evangélica, pero parece que hoy muchos de sus ministros no ven esa función que tan clara está en los Evangelios: “Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo, que brille vuestra luz delante de los hombres” (San Marcos 9,50 y San Lucas 14,34-35). Y es que falta renovación en la ceremonia y alegría en sus ministros, que no saben atraernos a la santa misa porque sus homilías hacen que se nos disloque la mandíbula de bostezar ya que no existe una vibración que nos sacuda el ánimo, porque asistir al culto se nos ha convertido en algo más aburrido que ir a ver una exposición de hormigoneras. Creo que hay que mojarse más. Me preocupa mucho la ausencia masiva de la juventud por culpa de tal dormilera ministerial. Me preocupa mucho la clara resistencia de la juventud de asistir a la ofrenda porque no ven en la Iglesia un compromiso activo hacia ellos, porque no sabe entablar relaciones y darles la orientación necesaria ni llenarles su vacío interior. Me preocupa oír a muchos de estos jóvenes decir que no van a misa porque “eso es un muerto, un rollo, un petardo…”, (aunque servidora creo en los milagros, y afortunadamente ahora están llegando ministros jóvenes que traen una bocanada de aire fresco que está haciendo que un sector de la juventud palpite y le aumente la fe). Y es aquí, en esta juventud vacía, hueca de sentimientos religiosos donde la Iglesia, en una demostración de sabiduría y humildad, a pesar de las cornadas humanas, no debe perder de vista su objetivo. Que tengan un buen día.
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