Artículo publicado ayer, 18/05/2010, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
AY, LA ADORABLE SIESTA…
Yo creo que la siesta es tan antigua como el Paraíso Terrenal, y además estoy segura de que Caín no habría matado al buenazo de su hermano Abel si antes hubiera dormido una buena siesta que le hubiese aumentado los niveles de transigencia en sus neuronas, borrándole los deseos de agresividad y violencia hacia un “brother” que lo único que hacía era trabajar. Pero por no dormirla se lo cargó. Ya sabemos que el cuerpo es un simple envoltorio donde habita el alma, y el mundo un gramo de polvo en el espacio rebosando de personas con conflictos emocionales y laborales (unas, de tan cansadas, casi buscando una iglesia para su funeral, y otras con la voluntad de sobrevivir), pero para el cuerpo, con ese esfuerzo continuado donde el gasto diario de energías y la agitación mental derrotan al más fuerte, la siesta borra esos problemas porque es algo así como si Dios nos tocara en la frente o como si un detector localizara nuestro cansancio y lo eliminara con rayos láser. Para mí acabar el día sin una pequeña siesta es como un atasco de oxígeno en plena discusión. A mí me gusta el pellizco (pellizcón) de la siesta, sentir el silencio, desconectar de las emociones, notar cómo se apodera mi cuerpo de un sentimiento de bienestar justo el momento en que me gimen los huesos, notar cómo la nube del estrés comienza a disiparse y entro en el apacible sueño… Tengo un amigo a quien le gusta tanto una siesta que me dice que durmiéndola la baba le llega hasta la chapa del cinto, y que luego lo deja tranquilo como un rehogado de tila o una empanadilla de calmantes.
Tampoco voy a exagerar diciendo que el éxito supremo del vivir se obtiene a través de la siesta, pero puedo asegurarles que según la gente del campo, la buena salud y la longitud de la vida también depende de la misma. Y es que nuestros ritmos físicos y mentales -un barril de pólvora a lo largo del día- son el engranaje necesario para la ejecución laboral, y me parece un salto sin red no darles el descanso de los pequeños dioses y grandes héroes, aunque para algunos la siesta sea un terreno aparcado dado que piensan que es un arma efectiva para engordar y por ese motivo sortean el peligro, a pesar del deseo de descansar un ratito de la fatiga diaria. A mí me parece que así como la risa es una vacuna estupenda contra la tristeza, la querida siesta mitiga el cansancio y, como un abrazo afectuoso, ejerce en nosotros un beneficioso equilibrio, amén de ordenar las ideas del día y dotarnos de una energía que sube hasta los límites de la cabeza. Y además podemos hacerla en todas las estaciones del año para revivir el espíritu y el cansancio físico.
De todos modos, una dosis de siesta diaria no es cosa para predicarla sino especialmente para practicarla, y si no, ahí tenemos a la gente rural -que tiene el cultivo de los saberes- que dice, “voy a reposar el almuerzo”, si llegó cansado y con hambre (galbusia o galbiusa o desperecido) y se apoltrona una horita (como en una bañera (tina) de agua caliente para un baño relajante) para ponerle frenos a la actividad y así entregarse de nuevo a la tarea, despiertos (espabilados), con la sangre empapada de descanso y el ánimo vigorizado. Otra cosa es el que “agasaja” la siesta con descaro, la alarga y no despierta hasta que se fatiga la misma y lo levanta letárgico, con pesadez de estómago y desánimo en el cuerpo, porque entonces ya no controla el peso de su cabeza ni el de sus pensamientos, además del mal humor y una actitud como de aficionado al oporto. Pero lejos de esos pocos casos, la siesta, además de ser necesaria porque nos pone las ideas en orden y nos deja bien con nosotros mismos (y mejor cuando se tienen los nervios como un avispero), es un refugio goloso que nos deja como recién salidos de unos ejercicios espirituales, es la guinda del pastel y la buena noche en un hotel de cinco estrellas. O sea, algo “dabuten”. También entiendo que la siesta tiene sus peligros porque, ¿y si Caín cogió a Abel durmiéndola? Ah… “That is the question”.
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