Artículo publicado hoy, 12/06/2007, en el diario La Provincia/DL
Donina Romero
“Se recoge lo que se siembra”. O al menos eso dicen. Lo cierto es que nunca nos habíamos visto metidas en semejante aprieto. Y me explico. Hace unos días servidora de ustedes merendaba con una amiga en una conocida terraza cuando un señor, que ya rebasaba los sesenta años con creces, delgado como una chapa de madera, ojeras de trasnochador, cara de haber ayunado y pequeño de estatura como un taburete, se nos acercó decidido a conquistarnos a una de las dos o a las dos (a pesar de que le marcamos las distancias), pues se veía que él creía que ligaba con las mujeres como el agua con la escayola y que nos atraparía con su verborrea en el vértigo de su seducción. En un principio comenzó a hablarnos en un inglés de Tejeda, pues pensó que mi amiga era extranjera (choni en canario) dado su aspecto nórdico y su cabello rubio como la arena de nuestra playa de Las Canteras, así es que descubriendo al fin lo canariona que era y viendo que fuimos educadas en los buenos modales, aprovechó nuestra paciencia para comenzar su coqueteo con ambas y no en plan monje místico precisamente sino de ganador de amores, aunque con desnutrición cerebral, pues hablaba de sí mismo adornándose con plumas de pavo real y fantaseando más que pensaba, o sea, todo él más infantil e ingenuo que el seis de enero.
Aquello de “una morena y una rubia”, de la conocida zarzuela “La verbena de la Paloma”, la cantó con más gallos que de los mismos en una granja, mientras más escandaloso que un vestido rojo en un entierro continuó echándonos tantos piropos como granitos en una colcha de piqué, faltándole solamente cantarnos el himno nacional. Desvanecida toda sospecha por su parte de que servidora fuese soltera, separada o viuda (pues nada más dirigirse a mí le planté cara con una cordialidad educada, elogiando de entrada a mis cinco nietos y poniendo en los altares a mi mártir), trató de seducir entonces a mi amiga “la choni” pegando la hebra y liándose con ella más que la bota de un romano e intentando ser el berro en el potaje, pero hartas de que no nos dejara merendar plácidamente y resultándonos ya a ambas “el taburete” tan incómodo como que te lleguen los invitados una hora antes, mi acompañante, de carácter fuerte como una roca pero en esos momentos enfadada (emborregada en c.) y desesperada (aunque dicen que la paciencia es sinónimo de triunfo), se le enfrentó (reviró como una panchona en c.) espetándole con un arrebato inesperado, “a ver si ya nos deja merendar tranquilas y se va de aquí, conquistador de a perrachica”,quedándose más fresca que el muro de la marea y yo agradecida porque fue como salvarnos de un naufragio pues el “conquistador”, que ya se estaba poniendo desagradable como un lunes, esquivó las ráfagas orales (responso en c.) de mi amiga con una huída sin oponer resistencia y con la que nos testimoniaba su sensibilidad ofendida, además de desvanecido el regocijo de su cara, la vanidad rajada como una jarea, más callado que un tuno y soso como un regimiento de diabéticos y nosotras más contentas que si nos hubiera tocado el gordo de navidad. Imagino que esa tarde se le acabó la poca suerte que le quedaba con las mujeres.
Y no fue nuestro desdén porque el hombre tuviera la altura de una banqueta, sino porque con sesenta tacos largos no se puede ir por la vida de conquistador barato, que suena a medicamento caducado y menos creyéndotelo, ya que como alguien dijo, “debe ser frustrante intentar convertirse en un gigante cuando sólo se es hormiga”. Y añado yo que “fingir lo que no se es siempre es una muestra de inseguridad”. Que tengan un buen día.
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