Artículo publicado el martes, 21/09/2010, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO
Donina Romero
LAS GOTERAS DE LOS AÑOS
         Gracias a Dios tengo poquitas goteras y de poca importancia, y además me encuentro físicamente estupenda, porque tampoco es que servidora haya nacido cuando se inventó la aguja, pero está claro que llegados a cierta edad las goteras aparecen irremediablemente, y ya no vive en nosotros aquello de “no suelo constiparme con facilidad”, “no sé lo que es una mala digestión”, “no necesito gafas para leer”, “desconozco lo que es un lumbago”, “no tengo ningún problema con el colesterol y nunca he oído la palabra triglicéridos”, “jamás he perdido el sueño”, “nunca he llevado prótesis dental”, etcétera, etcétera, etcétera… Y es que a medida que pasa el tiempo el cuerpo no muestra ninguna señal de mejora sino todo lo contrario, y así los años continúan su proceso natural y no es cuestión de traficar con la mentira para creernos que esto no nos está ocurriendo a nosotros. Y digo yo que al fin y al cabo no es tan grave, y que si solamente son estas cosillas pues puede ser tan suave como un combate sin armas, teniendo en cuenta que el cuerpo humano es tan peligroso como una máquina de guerra.
         Hace unos meses, en la sala de espera de mi dentista, una señora de edad avanzada, con el cabello blanco como el arroz guisado, sin fuerzas como el agua sin gas y delgada como un alambre (verguilla), comentaba a los que esperábamos nuestro turno que estaba haciendo un cursillo de técnicas para secar flores y pintar figuritas de escayola, y que tal afición le vigorizaba el espíritu haciéndole olvidar las erosiones por las que iba atravesando su agrietado cuerpo. Las goteras de la edad la habían atrapado y ya le resultaba imposible desprenderse de ellas, porque entendía que todo en esta vida tiene fecha de caducidad y había que resignarse; así es que, tibia de ánimos, aceptaba aquellas contradicciones en su salud aconsejándonos e intentando convencernos de tal resignación con una frase repetida y cansina, “lo que fue, fue”, o sea, que había que tener conformidad, tolerancia y paciencia para esos años de adversidad, o lo que es lo mismo, “jod…”; hasta que de pronto un señor, también de edad avanzada y que no parecía estar integrado en el soliloquio de la dama (novelero, porque sí lo estaba), con cierto aspecto de tener más fundamento que un juez de primera instancia, pues había estado serio y quieto como un lagarto al sol, casi en estado alfa de meditación pero sin la postura del loto para estos casos, le soltó como un gallo quíquere acompañado de un carácter más agrio que el agua de San Roque y con cierto síntoma de faringitis, “pues a mí de resignación y conformidad nada de nada, porque antes se me caen los dientes que la simiente, y a las goteras ni les hago caso porque me vendría una depresión. Yo siempre p’alante, como los de Alicante”.  Ni que decir tiene que todos reímos con ganas aquella salida del buen señor, merecedor a una medalla a la simpatía, porque dejó claro que luchar por su simiente era para él mucho más importante que si le regalaran un crucero por los fiordos noruegos. Y es que aunque la edad de las goteras sea más molesta que una cristalería con pelusa, hay que aceptarla como viene y no tomarla con tal susto que nos obligue a ir a Unelco a hacernos un electro. Está claro que la vida tiene partes de mal rollo cuando aparecen las fisuras, pero de lo que no cabe duda es de que viendo últimamente el alto índice de defunciones (dos y tres páginas diarias de esquelas en los periódicos), es evidente que deberíamos ser fervientes admiradores del vivir de cada día, pero sin ser tan ilusos como el que espera petróleo de un pozo de agua o intenta prolongar la duración de las velas, ya que desde que salimos del útero materno somos presa fácil de la muerte y lo único que podemos hacer es ponernos el parche antes de que salga el grano, pero sin abatirnos, o sea, que no hay que renunciar a la contienda de esta existencia ni de antemano sentirnos derrotados porque sería hundirnos como una galleta maría en un café con leche.  Que tengan un buen día.

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