Artículo publicado el martes, 30/11/2010, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO
Donina Romero
ALGUNA GENTE RICA
Les contaré que hace un tiempo viví una desagradable experiencia y que lo que es seguro es que no la relate de forma inexacta, porque el asunto se me quedó grabado a fuego ya que además fui testigo ocular. Éramos nueve mujeres (una jurria, jarca) almorzando bulliciosamente en un conocido restaurante de la ciudad. Un asiento quedaba libre esperando el arribo de otra señora, desconocida para la mayoría de nosotras. Por fin apareció y se hicieron las presentaciones, yendo a sentarse junto a mí. Hablábamos de nuestros maridos con sus cualidades y defectos entre bromas y jolgorios y casi siempre en opiniones positivas. La “rica” pomposa que nadaba en euros, evidenciaba su poder a las 14’00 horas del día llena de joyas (espichada), con anillos de brillantes tamaño garbanzas, collares de oro que le aplastaban el tórax, pulseras con tanto peso de pedrerías que le impedían subirse la cuchara a la boca, mientras callaba algo incómoda a pesar de aquel ambiente tan distendido. De pronto, mi amiga de enfrente le preguntó, “¿y tu marido, qué tal?”, refiriéndose claro está al historial de cualidades y defectos del pariente, respondiéndole la opulenta (fastuosa, echona), “mi marido tiene mucho dinero”. Casi necesitamos todas una ayudita para poder respirar porque el desconcierto fue unánime.
Así es que andábamos en el café, cuando apareció el marido “ricachón” de la esposa “ricachona” a recogerla. Saludos de rigor, permiso para sentarse y una prepotencia para pedirle a nuestro camarero de siempre, entrañable y casi a punto de jubilarse, un “oye, tú, tráeme un cortado en dos minutos y no me hagas esperar que llevo prisa, anda”, como si fuera el dueño del cetro de la autoridad, la esclavitud y la servidumbre. Yo no sé a ustedes, queridos lectores, pero a mí me entró un no sé qué que fue como un qué sé yo, que me indigestó el almuerzo y me produjo un profundo rechazo hacia aquellos dos cresos personajes que ya llevaban su propia cárcel consigo mismos: insensibilidad, falta de amor al prójimo y vivir sólo para el dinero. Y digo yo que el dinero no hace caballero porque ya lo dice el proverbio, “nacer caballero es un accidente, morir siéndolo, un logro”. Afortunadamente, no todos los ricos son iguales.

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