Artículo publicado hoy, 18/01/2011, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LA MUERTE ASISTIDA
Sabemos que existe la certeza de la muerte y que el cuerpo es un simple envoltorio que no funciona con energía voltaica ni es un motor a reacción, y que cuando la agotada salud, la incapacidad de vivir y el dolor continúan dominando el cuerpo, es el enfermo quien debe poner sus ideas en orden para si desea bajar o no prematuramente el telón de su vida. Y aquí no se trata de valentía o cobardía pues ambas cosas son sólo cuestión de circunstancias. La vida es demasiado importante para tomarla a la ligera, y no es una cuestión de hacer versos cada día ni de brindar con don Perignon, y decidir la eutanasia no es tratar de cercenarle la vida al enfermo con un bisturí certero sino de una preparación con ayuda afectiva, para que pueda fallecer bajo los efectos de la ternura. Como soy católica practicante con una fe inquebrantable (pero no una fanática religiosa), y en este espinoso tema existe una cosecha de razonamientos para todos los gustos, a mí me ronda el zumbido del pecado y de la mala conciencia porque creo que la vida sólo te la puede quitar Dios, pero si el enfermo, en su suplicio, ha elegido “el bien morir” alentado quizá por la esperanza de una vida eterna o simplemente para descansar en paz, pienso que el alma sólo puede verla Dios, que sólo Él puede penetrar en la conciencia y en esa necesidad de morir que se hace sentir en forma progresiva. Y es que cuando la poca salud que le queda al enfermo se desvanece lentamente como una puesta de sol, y los terribles dolores le hacen incapaz de sostener el esfuerzo de sobrevivir -con lo desesperante de que ya no tiene salida y al corazón lo habita la desesperanza-, creo que el mismo enfermo es la persona más indicada para cuestionar tal decisión sobre su vida y romper la barrera que le une a esa lluvia de dolor. Es él quien debe decidir sobre su vida y si continuar en este mundo o desear perder definitivamente la batalla del vivir, y sólo Dios quien puede entender y escrutar los más recónditos sentimientos y la elección del último viaje. La eutanasia -o la muerte asistida- a pesar de nuestro rechazo, no es un gesto salvaje sino quizá una bendición llamada libertad.
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