Artículo publicado el martes, 01/03/2011, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LA AMISTAD
Siempre he creído que para conservar a los amigos no hay que desafiar el equilibrio de la amistad hasta conseguir que la cuerda (soga) se rompa. Ya sabemos que nada es eterno en esta vida, y que la misma nos torpedea a babor y a estribor, pero cuando dos amigos/as navegan por el mismo mar, en el mismo yate o en la misma “chalana”, cuando a veces están en acuerdo o desacuerdo pero que uno a otro se saben leales y amigos del alma, es todo tan satisfactorio como tener controlada una gripe.
Pero si en esa amistad, con el tiempo, hay uno que falla, que se olvida del otro en momentos importantes, que la amnesia hacia el íntimo amigo lo domina en sus intereses personales o se enfría por la decadencia económica del otro, levantándole barricadas para hacerle difícil, si no imposible, entrar por la puerta de sus relaciones sociales, ahí tiene que explotar la amistad como lanzar gasolina al fuego.
Mi amigo Ernesto (nombre ficticio) me contó que tuvo esa auténtica amistad durante treinta y cinco años de su vida, y hasta casi pensaba compartir la eternidad con el amigo del alma, porque le crecía un legítimo orgullo con una fuerte sacudida en el corazón tantos años de empatía, una química que no es voluntaria. Pero a éste se le subió a la cabeza su rápida y ascendente posición social a la que se hizo adicto, y ya Ernesto era casi para él una amistad muerta y poco interesante: alguna llamada telefónica de vez en cuando y una cervecita el primer jueves de cada mes, para cumplir un poco y maquillar el abandono. Ernesto esperó paciente por recuperar de nuevo al amigo, aún a pesar de aquella quebrajadura en el corazón, pero sentía que los sentimientos del amigo ya eran un cristal frágil y un día chasqueó los dedos y acabó con aquella sensación de aislamiento en que lo estaba dejando “su amigo del alma”. “Antes solo que mal acompañado”, se dijo. Y esquivó para siempre de su camino la deslealtad.
Y es que la amistad es un tesoro que debemos cuidar, pero ha de ser de parte y parte, porque la buena o la mala amistad no se pueden disimular, porque está ahí y se ve. Yo lo tengo tan claro como que dos y dos son cuatro. Faltaría más.
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