Artículo publicado hoy martes, 08/03/2011, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
REÍR PARA LA SALUD DEL ALMA
Reír es una parte de la vida que ayuda y sienta como un caldito que refuerza el soplo vital. Y vivir algunos problemas con cierto humor también, porque si no fuera así se desencadenaría una tormenta interior que no tendría nada de bueno para la salud del alma. Como a servidora me encanta reírme y contar chistes (mis buenos amigos me llaman la chistera mayor del reino) y busco cualquier momento para ello, ayer, sin ir más lejos, Catalina, la más pequeñita de mis cinco nietos (Biyú para mí), y con sólo cuatro añitos, se cayó en el jardín de mi casa en un mal paso y lloró lo que no está escrito en los libros. La rodeé con mis brazos y entre arrumacos y carantoñas le canté el “sana que sana, culito de rana”, pero el llanto continuaba cayéndole en cascada por su linda carita (porque hay que ver qué linda me salió la chiquilla, y no es pasión de abuela) y yo no veía el modo de acallarla, a pesar de mis mimos y mis disimulados besos en la pequeñísima heridita de su rodilla, pero que ella deseaba que yo la viera grande. Como tengo este carácter alegre, herencia de mi abuelo materno, y mi alegría de vivir sigue igual (o al menos eso creo) que cuando tenía quince años y era la divertida capitana de mi grupo en el colegio, se me ocurrió comenzar a reírme intentando provocarle también a ella la risa. Asombrada, la cría me observaba entre gemidos sin dar crédito a lo que oía y veía, pues estaba claro que para ella su heridita era lo más importante y su abuelita no se lo estaba tomando en serio.
Como torné la risa en sonora carcajada, Biyú, pugnando porque no saliera una sonrisa de sus labios aguantó con seriedad, estoicamente, hasta que al fin le asomó una suave sonrisa que terminó estallando también en carcajada: una algazara que rompió la barrera de su lamento. Mi pequeño tesoro, que tiene un piquito de oro (hay que ver cómo habla la chiquilla, y no es pasión de abuela), me abrazaba mientras reía, y en un pronto me dijo, “abuelita, ya no me duele la herida porque le diste besitos”. Y es que no fueron los besitos los que cambiaron su estado de ánimo del gris al rosa-alegría, sino algo tan sencillo y maravilloso como la risa: el aroma del bienestar. Que tengan un buen día.
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