Artículo publicado hoy martes, 27/12/2011, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

CAMBIAR DE OPINIÓN

Decía el poeta y pintor William Blake que “el hombre cuya opinión nunca varía, es similar al agua estancada”, y yo así lo creo, porque tales personas pueden volverse intolerantes con ellos mismos y con los demás. Y digo yo que cambiar de opinión es comprender que aquello en lo que creías ya no está tan claro en tu mente y tienes todo el derecho del mundo a reconocer tu equivocación.

Pero parece ser que hay gente a la que le sofoca tales cambios y le molesta más que un brote de acné. Los pensamientos (y con ellos el opinar) vienen solos como el mar llega a la orilla, y las opiniones, como las rachas buenas, no duran siempre, y las malas tampoco.

Y no es que servidora quiera echarle agua al vino, pero quien no respeta la opinión de los otros no merece que se respete la suya. Hace unos días, en un programa televisivo, se debatía un tema interesante; uno de los contertulios se lucía con su elocuencia y estaba resultando más brillante que un fregadero de acero inoxidable recién estrenado, hasta que de pronto otro de los contertulios, flaco como un alambre (verguilla), que hasta ese momento pasaba casi desapercibido, molestón (pejiguera) y envidioso, sacó el látigo (y disculpen la expresión) y cortante y con mal talante se integró en la opinión del orador brillante chinchándole con un, “ya de niño apuntabas para listo, y cambias de opinión según como sople el viento, y eso no es serio”, dejando al otro amarillo como un mantel guardado durante mucho tiempo y más callado que un tuno.

Pero su silencio fue breve porque con aquella descortesía el ambiente entre ambos fue poco menos que el de la guerra entre las galaxias, pues parecía que de allí no iba a salir vivo ninguno de los dos, quedando el debate más en defender los derechos de los cambios de opinión de cada uno que del tema que se estaba debatiendo. Aquello casi me levanta dolor de cabeza, y pensé que si yo hubiera estado allí, al malcriado envidioso lo habría mandado a hacer vidrio soplado, porque creo que cada cual puede cambiar de opinión las veces que quiera. Y si no, pues atenerse a lo que decía Lichtenberg, “nada es más beneficioso para la serenidad del alma que no tener ninguna opinión”. Elemental, querido Watson.

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