Artículo publicado el martes pasado, 05/06/2012, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
SIN AMOR NADA TIENE SENTIDO
Ya les comenté una vez mis conversaciones hace años en un día de playa en el sur, con Fefita, la bonachona mujer del Carrizal, madre de nueve hijos revoltosos y con Manolito, enamorado marido, alto como una palmera y flaco como una verguilla, simpático pero algo calentón, y con ganas de cantar folías cada vez que se pegaba tanganazos de ron. Recuerdo que Manolito (que no sabía nadar) para refrescarse se introdujo en el mar hasta que, sin calcularlo, el agua le llegó a la cintura y se sentó en el fondo, mientras sus hijos revoloteaban a su alrededor cantándole “sopita y pon”. En cierto momento Manolito comenzó a hacer aspavientos y servidora, llevándome de la intuición, me acerqué rápidamente pudiendo comprobar que el hombre con ritmo frenético se frotaba una pierna con resoplidos de pájaro chirringo, “¡ay, que el doló es como un voladó que me sube por la piesna p’arriba y se me apara el corazón!” Sentándome a su lado dentro del agua le masajeé con fuerza la pierna dañada por el calambre, que milagrosamente remitió, pero Manolito, aunque repuesto, salió de allí como si lo hubiera atacado un ejército vikingo. Llegado a la arena, se despachurró cuan largo era, pero Fefita en lugar de amorable le espetó con cierta acritud,”Manué, mi niño, estás montando un circo por na, querío”, respondiéndole el jadeante Manolito, “cállate ahora Fefita,que me ha quedao sin resuello y con la garganta seca como una jarea por culpa del calambre”, y la rezongona parienta, “¡pos no me callo porque yo pienso y razono y no soy la vaca del cercao”! Y el pariente, amoroso y para tranquilizarla, “y yo no te puedo contestá porque estoy abajo los efetos del amó, porque na más pensá que te podías quedá viuda y con nueve chiquillos me distrozaba entero, mi panchona”.
Fefita, emocionada de oír aquella hermosa declaración de amor, sacó el termo del café sirviéndole cariñosamente un vasito calentito, que a Manolito le supo a gloria, mientras le susurraba, “toma el cafén, bobito, y no te apreocupes que tú me llevas por alantre”. Y así, arrimaditos, estaban para una foto de recuerdo. Aún hoy en mi memoria me ha quedado la imagen de aquella modélica familia del Carrizal, de buenos ejemplos, que siempre dicen más que las palabras. Y es que sin amor nada tiene sentido en esta vida.
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