Artículo publicado hoy martes, 21/08/2012, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

EL ARTE DE DORMIR BEBÉS

Hoy les quiero relatar una simpática historia que aunque parezca que roza la desmesura es cierta. Es obvio que a casi todo el mundo le gusta cantar, aunque sea en la ducha, y también es cierto que no existe una llave mágica que gire en la garganta y haga salir un chorro de voz.

Mi amigo Gustavo (nombre ficticio pero persona real y de quien ya les he hablado en otras ocasiones), el “manazas”, ya que todo lo que intenta arreglar lo desarregla o lo rompe), que es delgado como una chapa de madera pero con una voz de Tarzán de los monos, tiene la fea costumbre de intentar tranquilizar el llanto de su pequeño nieto de diez meses cantándole a grito pelado “allá en el rancho grande” (porque es un forofo de Jorge Negrete y sus rancheras populares), con agudos que ensordecen cuando el crío lo que necesita son susurros para conciliar el sueño. Pero como Gustavo nunca ha sido dócil como un foco orientable y además cree que domina el arte de cantar, considera el asunto de los susurros poco viril y como un ronroneo de gatita criando, aprieta el acelerador de sus cuerdas vocales intercalando “allá en el racho grande” con estridente voz más ruidosa que un tren de mercancías, con lo cual su hija Aurora (nombre ficticio pero real), histérica por la histeria del niño, le canta con su dulce instinto maternal un arrorró tan desafinado que el pobre crío, metido ya en hilo de la locura, berrea en do mayor y aquello es un trío que ni el de los Panchos lo supera.

Gustavo emplea el razonamiento para acallar el enojo del mocoso que ni caso que le hace, y es entonces cuando le narra suavemente el cuento de Caperucita Roja con una voz de niña más falsa que un diente de madera, y aunque a él le encantaría narrárselo cantándolo a pleno pulmón, prefiere no intervenir en el ya casi cogido sueño del bebé que a todas estas supongo que le gustaría tener otro abuelo “más normal”. Y hasta ahí todo bien. Lo malo es que cuando pone voz de lobo aullador (el de Caperucita, claro), le turba de nuevo la paz al crío, lo despierta y lo asusta (cuando ya dormía plácidamente) respondiéndole al desconcertado abuelo con estruendoso llanto e histerismo más pronunciado si cabe. Y es que el arte para dormir bebés se tiene o no se tiene. Y no se trata de poseer un derroche de encantos para ello, sino simplemente de hacer que le atrape el sueño con un toque de cálido susurro en una oración a los ángeles del cielo para que duerma pronto. Ay, Señor …

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