Artículo publicado hoy miercoles, 26/12/2012, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LOS MAYAS Y EL FIN DEL MUNDO
Al final, la predicción de los mayas sobre el fin del mundo para el 21 de este mes de diciembre terminó siendo más bluff que una moldura de corcho. Así como las barajas creo que son un manojo de dibujos de donde no puede salir el futuro, las predicciones sí que pueden dar en el clavo con cierta frecuencia, pero esta vez no funcionó y el sol volvió a salir como siempre sobre esta tierra redonda, los belenes estáticos no se movieron de su sitio, las hormigoneras y los tractores continuaron haciendo su trabajo, las vacas siguen siendo ordeñadas, nuestras diástoles y sístoles continúan interpretando su destino, el aire huele igual y los búhos continúan disfrutando de la noche. Decía Einstein que “la imaginación es más importante que el conocimiento”, y aunque no pretendo atacar abiertamente a aquellos imaginativos que hasta fabricaron “búnkeres” para librarse de la destrucción final, he de reconocer que sus talentosos, visionarios, quiméricos y perspicaces cerebros les jugó una mala pasada después de dejarles atascados en un atolladero que les atolondró con tal aturdimiento que sólo buscaban la manera de cómo salvarse de la catástrofe que se les venía encima. Eso me mueve a pensar una vez más que el fanatismo siempre es perjudicial y que, en este caso, a la ansiedad de sobrevivir a la ecatombe le habría venido bien tener una pequeña dosis de escepticismo, porque la vida tiene anchurosos caminos y no es lógico que no sean aceptados los que no quieres ver más allá de tus narices.
El fin del mundo tendrá que esperar para otro momento, pero les aseguro que no voy a pasarme el resto de mi vida estudiando con desazón la astrología para intentar averiguar el día exacto del definitivo final del globo terráqueo. Creo que el fin del mundo es el fenecimiento de cada persona, palmarla, espicharla, extinguirse, dejar de existir y de formar parte de este loco mundo, pero en medio hay que intentar resolver el teorema de Pitágora con una buena paella de pollo al lado y un tinto de rioja, que siempre será más fácil y menos negativo que comerse el coco obsesionados en una nefasta idea que solamente hace sufrir y generar desequilibrios a los que piensan así y a su entorno, que al fin y al cabo no tienen culpa de sus locuras. ¡Y rián p’al puerto!
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