Artículo publicado hoy martes, 08/01/2013, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LA ESTRECHEZ DE CORAZÓN
Por fin se fue la navidad con esa multitud de personas, de familias felices que se intercambian regalos y abrazos, mientras para los indigentes no existe esa magia ni hay días de amor, infelices víctimas a quienes se les muere la vida en ese amasijo de días fiesteros, con las ilusiones extintas como una derrota por sus venas. Tropecé en esas fechas pasadas con un hombre muy mayor, desamparado de toda alegría, donde los signos externos de su ropa se decoraban con roturas y deshilachados bien patentes, sin exigirse camuflar su auténtica imagen. Se perfilaba con bastante claridad que el lado afectivo hacia las personas había desaparecido hacía mucho tiempo o fueron sus ojos anónimos los que me confundieron, dado que la mirada no venía de frente y estaba muy lejos de intentar cualquier conversación conmigo. Era irrebatible que se trataba de un mendigo, pues su temblorosa, ruda y callosa mano se extendía hacia mí manifestando ayuda urgente. Me interesé por él y por aquella vida que parecía a medio uso.
Pensar y analizar por mi parte fue un acto muy breve, así es que después de la limosna y a pesar de su aparente frialdad, me arriesgué a recibir de él una mala contestación y aún así me aventuré en la pregunta, “disculpe, ¿está usted enfermo, no posee familia, tiene donde dormir esta noche?” Aquel corazón blindado y de pupilas derrotadas se permitió un suspiro y un corto tiempo para reflexionar; luego, quien me había parecido hasta entonces un ser con estrechez de corazón, me contestó con voz agotada y cierta cultura que me sorprendió, “señora, esta injusticia social, estas desiguales oportunidades de la vida, este espectáculo navideño tan distinto para unos y otros es un insulto a los ojos humanos”. No llegué a saber si estaba enfermo, si no gozaba de familia o si no tenía un lugar donde dormir esa noche, pero me pareció entrever la sombra de una sonrisa en las comisuras de sus labios, mientras con el puño cerrado apresando las monedas se despidió con un silencioso saludo, perdiéndose entre aquella jungla de cemento y muchedumbre, respirando el frío de la noche, mientras yo me sentía incómoda y culpable de su situación pero impotente y sin saber resolverla. Y no entendí mi actitud.
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