Artículo publicado ayer martes, 16/04/2013, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

CUANDO AFLORAN LAS PENAS

Dicen que la mejor cura de urgencia para levantar el ánimo cuando afloran las penas no es la lectura eclesiástica sino escuchar música y bailarla, siempre que sea alegre, jaranera, jocosa, porque se queda el cuerpo a estrenar y la sangre pasa de descolorida a roja (encarnada) pasión, y sobre todo creerte que ya eres feliz. Esto lo he leído y oído en muchas ocasiones (decía Moliere que “la fantasía es una facultad del alma”), pero remo yo contracorriente sobre esta opinión, porque además de creer que quien vive de la fantasía no logrará nada en su vida, no creo que cuando las energías mentales y físicas no funcionan como un motor de gasolina, la música sea un generador que cargue las baterías, ya que si la pena afecta y aflige el espíritu hay motivos más que suficientes para que la desgana hacia todo se apodere del apenado/a. Mi amiga Ofelia (nombre ficticio) me contó que cuando murió su perrita, que llevaba con ella doce maravillosos años y en su vida fue la mejor terapeuta con la que combatió su estrés de trabajo fuera de casa, alguien, al verla físicamente como un pez secado al sol (jarea), con buena intención, le regaló un disco de salsa para que desafiara a la tristeza y se le atenuara el escozor del dolor, pues se quedó más acongojada que cuando se dio la noticia de que se fue a pique el Valbanera en alta mar.

Ofelia no se atrevía a escucharlo, porque sumergida en su lamento no hallaba fuerzas para hacerlo. Transcurridos unos meses y sintiendo que casi tenía superado el abatimiento, se dispuso a oírlo y a bailarlo, pero al dar los primeros pasos de danza le descendió la sangre, y la evocación, la remembranza de su perrita, el calor de su cuerpecito, la reminiscencia de su mirada fiel, sus pequeños ladridos como palabras de complicidad con su ama, nuevamente le invadieron de tristeza el corazón de Ofelia y de nuevo se dejó arrastrar por la pena, penita, pena. Lo cual me lleva a la conclusión de que para ayudar a que el desánimo, la pesadumbre, la congoja, la aflicción por la pérdida de alguien querido desaparezca del espíritu, sólo tenemos el tiempo y la paciencia, sin darles grados ni plazos, porque solamente su transcurso, pueda parecer largo o larguísimo, dará paso si no a la región del olvido sí a la resignación. Y eso ya es mucho. Cosas de la vida…

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