Artículo publicado hoy martes, 14/05/2013, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

LOS MANITAS

Para mi querida amiga Rosa (nombre ficticio pero persona real) cuando el marido pone voluntad de manitas en el hogar, se le hace más intragable que un bocadillo de cemento porque con su buen ánimo le causa más problemas que un tapón de cera en los oídos y además le tira del genio. Hace un par de semanas le regaló a su amada, ahora que llega el buen tiempo, una tumbona de cinco posiciones para la terraza, lo que ella agradeció con un cálido beso y una sonrisa tan bonita como la de un bebé, pues andaba necesitada de apoltronarse al sol cómodamente. Hasta ahí bien. Lo malo comenzó cuando el cónyuge, solícito, intentó abrir la tumbona con tal bamboleo y agitación que la desarmó toda en lo que el diablo se frota un ojo.

Pero ahí tampoco acabó la cosa porque la consorte viendo el desbarajuste, el tremendo lío, y no queriendo meterse en una gresca, abordó la reparación por su cuenta dejando la tumbona a estrenar. Contenta de su hazaña, Rosa trató de sentarse en ella en la posición más alta, pero su media naranja, solícito de nuevo y porque le pareció más cómoda, le cambió la posición a la más baja en el momento en que la dama se recostaba feliz, con lo cual el desequilibrio que sintió la volteó a la izquierda desplomándola en el suelo cuan larga es. El hombre, en la confusión, probó a levantar a la esposa, pero no se le ocurrió mejor idea que apoyarse al mismo tiempo en la dichosa tumbona que ya resultaba más falsa que una pared de sintasol imitando ladrillos, y como además la posición no había quedado bien ajustada, se tambaleó cayendo sobre su costilla que, aferrada al dolor de un continuo “¡ay!”, no dejaba de gritar en el alboroto, “¡¡devuelve esa tumbona y tráeme otra de una sola posición…!!”

La pobre mujer, con la facultad de razonar perdida y más molesta que una faja apretada, buscó refugio en el llanto con un hipo incontenible mientras el marido corría a marcha de tren a cambiar la tumbona y ella le llamaba “totorota”, “babieca” y otras palabras tan afiladas que podían perforar las piedras. Y digo yo que qué pena que el buen hombre no tenga más afición a echar las cartas, por ejemplo, que a chapuzas caseras, porque es que la ineptitud, la ineficacia, viene inherente al ser humano como el color de los ojos o de la piel y la indulgencia para ellos debería de ser eterna… mientras no rebosen el vaso, claro. Ay, Señor, qué cosas…

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