Artículo publicado hoy martes, 12/11/2013, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

¿SEPULTURA O CENIZAS AL MAR?

Disculpen ustedes, queridos lectores, si el tema que hoy toco es un tanto macabro, pero creo que a más de uno/a le pasa por la cabeza con cierta regularidad esta pregunta que es más desagradable que un sorbo de aceite de ricino. Tampoco deseo frivolizar con algo tan serio, pero aunque ya sabemos que la muerte es tan antigua como el Paraíso Terrenal y que pensar en ese paso obligatorio es algo así como si nos dieran un cogotazo inesperado, debemos ser realistas y aceptarlo, que por algo en las funerarias se venden féretros.

A veces intento no pensar en ello, pero el susto -peor que si me intervinieran en una operación sin anestesia- se convierte en una marea nada apacible, que me activa la razón y me busca las vueltas para decidir si sepultura o cenizas al mar. Desde luego me encantaría desestimar tal decisión, pero la cruda realidad es ésta y contárselo a ustedes me ayuda en el desahogo, para que pese menos. Quizá puede que a alguno/a charlar sobre el tema le produzca más emociones que participar en un belén viviente, pero estoy segura de que a la mayoría nos da repeluz sin dejar de comprender que, efectivamente, es la última “negociación” y tenemos que solucionarla, o sea, cementerio o cremación, ¡ay, mamma mía, qué miedo! Seguro que pensando en este día de color viernes santo, se nos pone a más de uno cara de intenso estado de meditación y mortificación (¿incineración, inhumación…?), pero si de pronto decidimos que lo mejor es lo primero por aquello de más limpio, menos gusanos y sin la sensación de claustrofobia, entonces nos entra una pequeña satisfacción como la de un médico al tener controlada la infección de su paciente, por ejemplo.

A mí se me deshacen las encías de la dentera que me produce cuando pienso que he de decidir, en mi despedida de este mundo, si incineración o inhumación, pues llegado el triste momento -que es la hora de la verdad-, el cuerpo ya no sólo no necesita arreglos como cualquier traje viejo sino que además resultaría tan imposible revivirlo como averiguar que diez y cinco son catorce. Así es que con esta pesadilla encima, me quedo sin capacidad de reacción y sin ninguna frase de salida a tal obligada decisión, que por otra parte siempre va unida al aroma del miedo. Luego viene la fe de la salvación eterna. En Ezequiel versículo 37.5 habla YAVÉ a los miles de huesos de muertos, “YO haré que entre de nuevo el espíritu en vosotros y reviviréis. Os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la carne, os echaré encima la piel, os infundiré mi espíritu y viviréis y sabréis que YO soy YAVÉ.”

O sea, que sabido esto, la decisión es tan complicada como un puzle y hay que resolverla ya. Y aunque nos entre un repeluz por el pescuezo, es bueno romper la barrera del miedo con un golpe valiente de sangre, enfrentándonos a una realidad que está ahí, inmutable. Y es que hasta para morirse cada uno tiene sus gustos y preferencias y por lo tanto, en vida, debemos disponer al menos de dos horas (aunque no sea momento de bulliciosa alegría) para tomar en consideración cómo queremos que se destruya nuestro envoltorio físico.

¿Que morir es una faena? Todos lo sabemos. Pero la vida es tan breve como un incendio y no podemos despistarnos sobre este asunto en el que estamos todos involucrados. A lo que dice el excelente escritor americano Walter C. Hagen sobre nuestra vida en la tierra,“estás aquí sólo de visita”, yo añadiría, “y nosotros los únicos que podemos decidir el rumbo de nuestras vidas y de nuestras muertes” ¿Incineración o inhumación? That is the question. De todos modos, ay, qué pena, penita, pena…

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