Artículo publicado ayer martes, 14/01/2014, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

REGALOS QUE PASAN DE MANO EN MANO

Hace ya tiempo, una íntima amiga mía, lamentablemente, ya fallecida, me regaló, como detalle por invitarla a una divertida merienda que organicé en mi casa, un pañuelo de seda tan feo que hacía hasta llorar, cosa rara en ella porque siempre tuvo muy buen gusto para vestir. Pensé que igual se lo habían regalado y así se lo quitaba de encima. Servidora no sabía qué hacer con él porque sólo mirarlo me horripilaba, y ponérmelo era seguro que jamás cometería tal hecho. Así es que, muy lejos de mi modo de ser, sin estrenar se lo regalé a otra amiga extranjera, también ya fallecida, por motivo de una cena que ésta última celebró en su casa con varios e íntimos amigos y nuestras respectivas parejas. Pasadas varias semanas, la primera nos devolvió la invitación convidándonos a un cóctel en su hogar, con la amiga segunda y otros camaradas en común. Servidora, preocupada por si mi amiga la extranjera apareciera con el horrendo pañuelo de seda al cuello, llamé inmediatamente a esta última mintiéndole (metiéndole una trola) y explicándole que me había equivocado al regalarle el pañuelo, ya que había comprado dos distintos y el que ella tenía era para una de mis hijas por su cumpleaños y que me lo había pedido porque le gustaba ¿? y que el otro pañuelo, muy bonito (que no existía), se lo cambiaría por el espantoso (cosa que así haría si me lo devolvía).

A la amiga extranjera, llena de pánico, mi petición la hizo saltar como el picotazo de un pincho de higo chumbo (púa de tunera), lanzando una exclamación de horror y no sabiendo dónde meterse, así es que, intentando edulcorar la realidad ya no le era posible porque seguro que iba a hacer mal uso de su inteligencia. Con voz temblorosa, me dijo que se le había quedado olvidado en la casa de verano de otra amiga común, en Tejeda. También yo, con pavor, le dije que lo iría a buscar para que no se molestase, pero ante tal idea casi me gritó comunicándome que la de Tejeda se había ido de viaje y no sabía cuándo volvería, (estaba claro que se lo había regalado y no sabía cómo recuperarlo). Afortunadamente, la de Tejeda no estaba invitada, porque si no habría sido terrible que apareciera con el dichoso pañuelo cubriéndole los hombros, pues ni que decir tiene que las tres nos hubiéramos quedado más paradas que un elefante de escayola (yeso) y con un nudo de corbata en la garganta. Por cierto, la extranjera nunca me devolvió el pañuelo, con lo cual quedó meridianamente claro que se había deshecho de él en alguna de otras tantas invitaciones.

¿Por dónde andará ahora el pañuelo de marras? La verdad es que ni quiero saberlo. Estoy segura de que el recuerdo de aquella vicisitud del pañuelo, nos persiguió siempre como un remordimiento a las tres. Y es que la vida hay que saber boxearla con habilidad y no tirarnos de cabeza en ella sin antes reflexionar lo que ejecutamos, porque si no se puede hacer más difícil que encontrar espacio para los zapatos. Ay, Señor, qué mundo éste…

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