Artículo publicado hoy martes, 25/02/2014, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
“ER PAPÉ, LA CALPETA, LA MURTA…”
“Cuando veí ar tío aqué sacando er papé de la calpeta, antonces me di de cuenta de que aquello diba en serio y que era p’a ponerme una murta”. Así hablaban dos chicos veiteañeros que hacían cola en una de las ventanillas de nuestro Ayuntamiento capitalino, mientras uno de ellos soportaba entre sus manos un vistoso casco, seguramente para conducir su ciclomotor, y servidora detrás de los dos camaradas esperando mi turno. Metidos ambos en su interés temático y en su igual hábito verbal, mientras les oía acaparada mi atención hacia ellos pensé que ni un equipo de salvamento me habría podido sacar de allí, pues ya sabemos que reír es una buena medicina para el alma y no era cuestión de dejar de utilizar los cinco sentidos que ya bañaban mi espíritu con tan curativo medicamento.
Inusual en mí, no perdí ni una coma de aquella conversación toda ella una absoluta barbaridad, pues el cerebro de los dos chicos era un auténtico depósito de palabras mal dichas que disparaban contra cualquier inteligencia que les oyera. Pero pasado el momento lúdico como “libre-oyente”, reflexioné con pena diciéndome a mí misma que a veces no hay respuestas para ciertas preguntas, porque es incomprensible que todavía hoy, con tantos medios de comunicación al alcance de los jóvenes, haya focos de tal incultura cuando además se supone que estos chicos en su momento fueron escolarizados por sus padres y que, increíblemente, tuvieron docentes que les enseñaron a leer y a escribir. ¿Cómo se entiende entonces que el desarrollo de su “cultura” correspondió más a los profesores que a sus progenitores, seguramente analfabetos? ¿De qué les sirvió el colegio, pues?
Creo que no se debe abandonar a nadie cuando necesita ayuda, y en este caso estaba meridianamente claro que estos muchachos la necesitaron desde su primer día de clase. ¿De quién fue la culpa? Que me lo expliquen, porque no lo entiendo. De quien sea, que cargue con ella, con su conciencia y con su responsabilidad. Me sacó de mi reflexión la voz del muchacho que se despedía de el del casco, “chacho, pos que la murta no te sarga por un hue…, porque ahora, con la crisis, p’a pagasla vas a tené que hipotecá el amoto”.
Y es que esta incapacidad de expresión verbal por culpa de no se sabe quién, hace que a quienes la oigamos nos parezca peor que un dolor de muelas de madrugada. Qué pena, penita, pena…
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