Artículo publicado hoy martes, 08/07/2014, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

A VECES, TIRAR LA TOALLA DA RESULTADOS

Ayer, apoyada en la barandilla de la avenida de nuestra hermosa playa de Las Canteras, quedé mirando al mar, mi mar, como si me llamara. La tarde iba cayendo y sobre la rubia arena quedaban bañistas tomando los últimos rayos de sol y otros paseando por la orilla, remojando los pies sobre aquel bello festón de espumas. Recordé entonces a mi amiga Inés Ullarte y lo que nos ocurrió un verano de hace mucho tiempo. Sorpresivamente, Inés, que nadaba muy mal y sólo con el agua hasta la cintura, pues se había opuesto a aprender correctamente después de un susto que padeció de pequeña en una piscina, me rogó por fin que le enseñara a perder el miedo a no hacer pie, ya que se le presentaba un crucero por los fiordos noruegos y le aterrorizaba la idea de que el barco se hundiera y no pudiera entrar en el libro Guinnes de los Records como la mujer más anciana del mundo.

Tomándome este favor que le hacía con un interés especial, dispuse de una hora diaria para ella en la playa, así es que comenzamos las clases con cierta precipitación por su parte ya que de entrada lo que más le interesaba era sumergirse con la nariz tapada, a lo que yo me negué rotundamente. Mis explicaciones sobre natación, además de aburrirla le sonaban como si le hablara en arameo, mientras su cerebro rechazaba la disciplina que yo le imponía. Así es que comenzamos con el “sopita y pon, en esta olita me caigo yo”, cogidas de las manos y por su parte con tal fuerza inusitada por no soltarse que hasta me hacía daño aquella resistencia que Inés no sabía vencer. Mientras yo controlaba la situación con cierta dificultad, le enseñaba a hacer “el Cristo” sosteniendo su cuerpo con mis manos, pero los nervios la traicionaban, le entraba la risa floja y se hundía asida a mí, con un pequeño grito y con los ojos abiertos como antoñitos en hielo.

Enseñarla al principio me pareció divertido, pero a medida que pasaban las semanas y que el avance era mínimo, las clases se me fueron haciendo tediosas. Hasta que un día, ya cansada y recordando aquello de que “las grandes decisiones hay que tomarlas con rapidez”, la solté donde no hacía pie, ni yo tampoco, haciéndole ver que la abandonaba a su suerte y sin mirar atrás. Hundida en el mar y desamparada, el susto que Inés se llevó le aumentó la frecuencia cardiaca tan rápidamente que salió del agua como un resorte hacia el cielo, nadando tan sorprendentemente hacia mí que mi escepticismo inicial se transformó en ese instante en un estado de alegría y asombro. A partir de ahí, Inés llegó a nadar estupendamente y nuestros veranos fueron deliciosos.

Ni que decir tiene que aquel triunfo, mi triunfo, me supo a ganadora de partido de canasta, y más aún cuando desde Noruega recibí una tarjeta postal suya, con los bellos fiordos de fondo y un hermoso barco en primera línea, donde me decía, “aunque se vaya a pique, no pediré ayuda”. Y firmaba. “Esther Williams”. Su agradecimiento, saberla disfrutando en Noruega y que ante un hundimiento ya pudiera flotar y nadar, me produjo esa noche un sueño reparador y profundo como nunca. Y es que, como decía el eminente psiquiatra Viktor Frankl, “cuando no podemos cambiar una situación, el reto consiste en cambiarnos a nosotros mismos o dejar la situacion por perdida”. En mi caso, tiré la toalla y dio resultado. Ay, Señor, qué cosas…

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