Artículo publicado hoy martes, 15/07/2014, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

EL GILORIO

Conocí en mi adolescencia y durante mis recordadas vacaciones veraniegas en el sur de la isla, a un labrador la mar de simpático, un comino de estatura y más feo que una casa sin albear, pero cálido como una bolsa (talega) de arena caliente en un lumbago, que a mí personalmente me trataba con el mayor de los afectos y para alegrarme las tardes, cuando servidora de ustedes por oírlo hablar lo visitaba en su finquita, se ponía a cantarme boleros y un “Sombra del Nublo” con el que se quedaba solo porque todo el mundo le huía menos yo. Recuerdo que era pelón de barba y el caballete de su nariz parecía el Roque nublo, la piorrea lo había dejado sin dientes quedándole tan sólo en la encía superior dos muelas y un colmillo gigantesco de recuerdo y…, en fin, que parecía que al pobre lo habían hecho al zapatazo.

Pero aún así encontró a su media naranja con la que tuvo nueve hijos, el primero de penalty pues se ve que la señora fue una enralada para aquellos tiempos. Más alta que él, y encorvada de espaldas “porque era cargada de pecho”, según ella, después de tantos hijos se había quedado más estropeada que una fechadura vieja, aunque cuando se albeaba un pizco quedaba atractiva (resultona) porque además le ayudaban los dientes que, al contrario que su consorte, los tenía parejitos y apretados como una cabeza de ajos y, cosa insólita, fumaba en pipa tabaco de picadura. Era una mujer que reía vital y vibrante ante cualquier ocurrencia de su Romeo, y estaba meridianamente claro que el amor de aquella curiosa pareja sonaba a tintineo de cascabeles.

La buena señora le llevaba todas las tardes y a la misma hora una cestita con su termo con café con leche calentito como agua de sol, una tarrito pequeño con gofio de millo y un buen trozo de queso de Guía porque a su marido el gilorio le corría por las venas a esas horas y sin tal alimento no podía continuar dándole al sacho. Pero el significado de gilorio iba más allá de sentir un vacío estomacal o voracidad insaciable (al menos era sólo esto lo que yo creía), porque en una de aquellas fascinantes charlas le soltó a su mujer divertido y más alegre que una verbena un, “báñate entera esta noche, Mariquita del Carmen, que hoy tengo “gilorio” de ti”. Con lo que oído esto, Mariquita del Carmen además de ponerle ojos de pájara echada se quedó cuajada como un queso tierno y más contenta que unas pascuas, pues aquello fue como ponerle petróleo a la relación y pegarle una cerilla (fósforo) para que continuara ardiendo.

Con boca de paloma buchúa por el regocijo, Mariquita del Carmen lo miró fascinada y con un rostro tan contento que parecía la víspera de una fiesta, mientras levantándose de la destartalada banqueta le contestó coqueta, “y yo “gilorio” de ti, mi niño querío del alma, que ya me estaba asando viva”. Y con la misma salió como una hoguera (fogalera) de San Juan,

fumando su pipa, cantando como una gata en celo y dispuesta a meterse entera en la pileta, mientras el consumido (ferruge, esmirriado) de su cónyuge viéndole sus orondas y esponjadas carnes me decía la mar de contento: “no hay “mejó” aderezo que la “casne encimba” del hueso”. Y es que cuando el corazón también tiene “gilorios sentimentales”, éstos pueden ser tan apasionantes como un safari. Ay, Señor, qué cosas…

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