Artículo publicado hoy en el diario La Provincia/DLP


                                          DE TODO UN POCO
Donina Romero                      
                                   “ADULA,  PEPE,  QUE  SI…”

         La adulonería (hacer la rosca en canario) es tan desagradable y desconcertante como tener una cubertería de plata de doce cubiertos y que te aparezcan inoportunamente dos invitados más, pero hay a quien le place ser adulado porque es cautivo y rehén de la vanidad y no puede evitar ante esto poner ojos de ratón frente a un queso de Guía o creerse que hay que beatificarlo. A servidora de ustedes, personalmente, los aduladores (adulones) que alaban ruidosamente me son tan insoportables como una estufa en verano porque sé que detrás de sus halagos hay un tipo más falso que una reproducción de silla victoriana o unas frutas de cera, además de resultar  más pesado que la madre de una primera dama de honor en un concurso de belleza y prefiero mantenerme fuera del alcance de estos individuos de pensamientos estudiados.
         Y es que el adulador (adulón) busca siempre su propio beneficio y más tarde o más temprano le sale a relucir la intención con la que actuó. Esto que les voy a contar ocurrió hace muy poco, durante la celebración de una boda. Éramos diez invitados a la mesa y entre nosotros se hallaba un señor con el don de la amenidad  -dicharachero y alegre-  que parecía echar burbujas de Clipper por la garganta en lugar de palabras, aunque con un físico más raro que un pan chino. El invitado que se encontraba a su derecha (un conocido empresario de nuestra ciudad) y hacia quien realmente iba dirigida su perorata, a veces parecía el pobre un medium entrado en trance, dado el dolor de cabeza que le estaba produciendo el compañero de mesa, y cuyos esfuerzos intermitentes por controlar sus deseos de contestarle y mandarlo a callar se hacían evidentes.
           El dicharachero y pesado ((cho plomo)  -que era canela en rama y se le notaba la intención de querer hacerse más simpático que una cenefa de animalitos- continuaba expresándose con la misma vehemencia que si hubiera estallado un motín en una cárcel, regalándole elogios a diestro y siniestro al empresario, al tiempo que comía, hablaba y seguía tan fresco como el muro de la marea, hasta que de pronto y sin previo aviso le soltó al medium (que continuaba mudo, con los oídos raspados como una piedra pómez y más triste que un jarrón sin flores) que su talentosa hija había acabado Empresariales y andaba la chiquilla buscando trabajo en una buena empresa, con lo cual continuó con este tema y con los elogios más pesado que los anuncios para acabar con la celulitis.
         Aquello pareció producir en el medium todo lo contrario a un devastador efecto en su organismo, pues en lugar de salirle el mal humor como a una salchicha la grasa en aceite hirviendo, con la sonrisa en las estiradas comisuras, sin perder la compostura y más fino que un mantel con vainica bordada a mano, le espetó, “adula, Pepe, que si no adulas no comes queque”. Y con la misma se volvió a conversar con servidora, feliz y más cómodo que un sillón reclinable, con lo cual el señor redicho (más ensayado que una escopeta) y molestón y elogiador (zafado y pejiguera)   -que encajó la indirecta como un sofá a la medida- enfadado (amulado) no volvió a merodearle por el cerebro ningún otro halago, absteniéndose de emitir cualquier opinión, ni siquiera cuando degustamos el magnífico postre de helado de vainilla con chocolate caliente y nueces. Y es que la adulonería para sacar provecho, además de ser siempre más desagradable que escamar un pescado, le cae al adulado como un torrente de agua fría, ya que tal acto está en contradicción con su norma de conducta y le hace menos gracia que pasear por Siberia sin calcetines. Que tengan un buen día.

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