Artículo publicado hoy en el diario La Provincia/DLP


                                            DE TODO UN POCO
Donina Romero                   
                                                EL ASCENSOR
  Entrar en un ascensor con desconocidos no es precisamente un momento de bulliciosa alegría, porque todos nos sentimos atrapados ahí  y tan serios que parecemos reposar en una fría plancha de acero de la morgue, y seguro que en ese habitáculo habrá más de uno de carácter intrépido, alegre y siempre dispuesto a la jocosidad, pero el dichoso ascensor -estrecho y sin respiradero-  nos deja en una situación tan incómoda que hace que no se establezca entre los usuarios relación alguna, pues ninguno nos atrevemos a hablar de cualquier nimiedad con el de al lado porque podríamos ser objeto inmediato de la atención de los demás, con lo que el parecer estar todos en una profunda meditación, más la sucesión continuada de silencios, deja espacio para mirarnos a los ojos incómodamente, u observar fijamente, como una hipnosis colectiva, los números de pisos que va dejando atrás el ascensor.
Así como siempre se ha dicho que para el amor no debían pasar las horas, para el ascensor los pocos minutos que estamos en él se nos hacen eternos, y además se nos despuebla el pensamiento de ideas como se desvanece una puesta de sol. Ah, luego está lo del miedo, que se mete a sangre si tenemos que subir en esa “caja” a un octavo piso, por ejemplo, y sin agarraderas en los laterales, que es entonces cuando necesitaríamos un cardiólogo a nuestro lado. Y aunque aparentemente todo transcurre por vías normales, yo he visto a más de uno llevarse la mano al infarto y seguro que considerando en esos momentos lo interesante que es el deporte al aire libre y preguntándose si vale más “pájaro en vuelo que cien en el suelo”, pues cuando el miedo se sumerge en el cerebro siempre abriga el propósito de no hacer pronta retirada.
Y viene esto a cuento porque hace unos días, una señora bastante mayor, con aspecto rural y de no haber cogido nunca un elevador, entró conmigo en uno de ellos. Asustada como un conejo delante de un galgo, me pidió amablemente que le pulsara (apretar en c.) el botón del piso diez (al que servidora también iba) y en el acto se santiguó varias veces seguidas cerrando los ojos mientras sus labios se movían a gran velocidad en un rosario de plegarias y toda ella, la pobre, era una orilla de angustias mientras el miedo la arrugaba el cuerpo entero como una ciruela pasa y el rostro hacía muecas (regañizas) como si le fuera a caer encima una losa de cementerio.
Cuando el ascensor paró en su destino, le di un suave golpecito en el hombro avisándola del arribo, y en el acto la buena señora abriendo los ojos desmesuradamente me dijo, “ay, señorita, ¿ya estamos en el cielo?” Sonriendo le contesté que sí, que habíamos llegado, mientras salíamos ambas del ascensor, a lo que santiguándose de nuevo varias veces continuó diciéndome, “menos mal que San Pedro me oyó para subir. Lo malo es para bajar…, que no sé a quién encomendarme, porque para bajar no hay santos, ¿verdad, señorita?” He de confesarles, queridos lectores, que lo de señorita me llegó al alma porque una ya tiene sus años y cinco preciosos nietos (la mayor para catorce años), pero son cosas que, a estas edades, gustan. Pero a lo que iba. Así es que después de oír el racimo de palabras dulces e ingenuas de aquella buena señora (que pretendía que además de escucharla razonara con ella), y como me había generado afecto, con la misma paciencia de quien hace punto de croché (ganchillo), la tomé afectuosamente del brazo y juntas buscamos la oficina a donde la asustada anciana iba  -pues andaba más que despistada-,  y yo me encaminé a mis asuntos pensando en qué bueno sería tener siempre en un ascensor a alguien que le rezara a San Pedro… Ay, Señor, qué cosas…
Aprovecho para invitarles, queridos lectores, al estreno de la alta comedia de mi autoría “Soy un chico estupendo”, el próximo día 21, jueves, a las 20,30 horas, en el Real Club Náutico, con entrada libre.

                                               

Página consultada 886 veces