Artículo publicado ayer en el diario La Provincia/DLP


                                         DE TODO UN POCO
Donina Romero                        
                                            LA  CALLE  HOY
Ese atropello mortal de un joven de diecisiete años, que perdió tontamente la vida la semana pasada por culpa de dos irresponsables jóvenes conductores, me hace pensar que ahora que andamos todos con el miedo metido en el cuerpo con esto de la retirada del carné por puntos, no viene mal tal disciplina para estos desaprensivos a quienes con un volante en las manos les aflora el lobo que llevan dentro. Y es que vengo yo desde hace tiempo masticando la intolerancia de estos conductores, asaltantes que se apoderan de la ciudad y de los ciudadanos de a pie, que nos batimos con la pobre artillería que tenemos (los pies), sorteando peligros y pidiendo a gritos puentes para franquear tanto tráfico que nos encontramos al paso, mientras entrecruzamos los dedos pidiendo suerte. Y ahí están ellos (normalmente chicos jóvenes con el carné recién estrenado y el privilegio de la edad), creyéndose unos valientes (echados p’alante, machitos), intentando a ver quién gana más terreno, y nosotros con los ojos bien abiertos (como chopas de vivero) por si aparece un ataque por sorpresa de estas ruedas de fuego. Desde luego esto que comento es una opinión absolutamente subjetiva, pero para mí que esos coches y sus conductores se están convirtiendo en  artefactos bélicos, pues observo en nosotros, los viandantes, una reacción de temor ante tal situación que incluso, con el semáforo en verde, a los peatones se nos acelera la respiración si al cruzar (con todo el derecho), uno de esos coches pasa como un bólido sin respetar las normas de circulación. Estos chavales (chiquillajes) que albergan serrín o nada en sus cabecitas y que son poco amistosos con volante y peatones, sólo deberían tener carné para montar en bicicleta de tres ruedas o en patines, y ni siquiera eso, pues está meridianamente claro que aún tienen el cerebro adoquinado de aire o seco como el pejín y una vida humana les importa un caroso, además de parecer importarles dos carosos que les quiten el carné por puntos.
¿Valientes? En absoluto: cobardes y más que cobardes, pues ya lo decía el gran Sun-Tzu, “saber lo que es correcto y no hacerlo es un acto de cobardía”. Y no es asunto baladí el recuerdo que tengo de aquel amigo mío, con quien servidora cruzaba la calle, que hoy lo puede contar pero que, en medio del paso de peatones, quedó asfixiado como un pez fuera del agua cuando la irreflexiva e inobservante actitud de un jovencísimo conductor loco pasó por su lado como una expiración, rozándole la camisa y dejándolo más amarillo que un queso de bola. Ni siquiera los improperios le flamearon a mi amigo por la boca, pues la misma y la garganta se le quedaron sin saliva (secas como una jarea) dado que la angustia le invadió el cerebro y seguramente le disminuyó el caudal del líquido rojo en el corazón, con lo cual tampoco hizo falta que yo le explorara su pulso para comprender que el susto, mezclado de indignación, le había asaltado a la sangre al verse metido en semejante aprieto.
Y es que, a veces, estas máquinas de vigorosa potencia y conducidas por chiflados del volante que sólo esperan una cierta manifestación de alabanza de sus amiguetes, son para los sufridos viandantes como una prenda ajustada que nos dificulta el tránsito sanguíneo, pues son incapaces de salpicar la pausa intermitentemente. Pero volviendo a mi amigo. Tuvo suerte, sí, aunque lo cierto es que conociéndole su vehemente temperamento, y si no hubiera sido porque el susto le salpicó de miedo, estoy segura de que hubiera combatido tal peligrosa osadía  con su usual velocidad verbal y con tantos insultos a aquel incívico (mataperro) que servidora de ustedes no habría podido enumerarlos, pues no es difícil que aflore la rabia por nuestras arterias en momentos tan delicados. No sé ustedes, pero servidora estoy hasta el mismísimo moño de estos irresponsables (lajas), jóvenes y no tan jóvenes (galletones o pipiolos y carracas), de personalidad a la deriva e inteligencia obstruida (tupida) a quienes el cerebro les brilla menos que la lumbre de un “virginio”, y que hacen alarde de sus “habilidades con el volante”, creyéndose los dueños del asfalto y que piensan que asustar a los peatones desordenándoles la circulación de la sangre no afecta a sus conciencias, porque les es más fácil saltarse las normas cívicas y de tráfico que hacer huevos duros, posiblemente para ellos una manera de ilustrar su incivismo y su ignorancia. Yo también soy conductora (tengo carné desde hace cuarenta largos años, ¡joé, que vieja soy!, aunque no me gusta conducir) y no encuentro pretextos para aquellos que juegan con el volante aliándose con el peligro, sin sentido común y dejando a algún ciudadano batiéndose con la muerte.  Qué pena, penita, pena…

 

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