Artículo publicado hoy, 30/09/2008, en el diario La Provincia/DLP

                                            DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                               LA ANCIANIDAD
         Perpleja, leí en una revista que “abandonaron a una abuela con demencia senil en la calle, y que la Audiencia de Barcelona había condenado a cuatro familiares de esa anciana a pagar doscientos cuarenta euros por abandonarla”. ¿Tan sólo doscientos cuarenta euros por abandonar a un ser humano en la calle? ¿Y por qué no que salgan las fotos de esos familiares, por ejemplo, en los medios de comunicación, como una penitencia al escarnio de su vil acción?
         Espero que no parezca esto que escribo una conferencia, o un conocimiento académico sobre el abandono a los ancianos, pero debo denunciarlo porque se me estremecen las paredes del alma y se me enquista el dolor cuando leo estas cosas. No sirve ninguna disculpa al respecto, porque estas incalificables personas lo que pretendían era evitar “ese obstáculo” en sus vidas y la única manera de librarse de esa “esclavitud” fue actuando con entrañas de crueldad en una actitud negativa y despiadada, sin un punto de misericordia, dejando a la pobre anciana en la calle colmada de aflicción, un miedo en el alma junto a la confusión, sólo con ojos para llorar y toda el corazón en la desesperanza. Con qué facilidad olvidaron de pronto aquel regazo ancho y tibio que les acogió de niños, aquel cansancio y los callados bostezos en las madrugadas acunando sus llantos, aquel milagro de un beso brotado a tiempo y las manos dadivosas de ternuras, aquella palabra hermosa que fue el alivio a sus dudas, aquel tiempo sin tiempo para ella misma porque sus mejores años los entregó a timonear el hogar en un derroche de paciencia y amor absoluto…, una manifestación máxima de amor con años de sacrificios, de educar, de administrar la economía del hogar…, a pesar de que el tiempo le envolvía la piel y ya no quedaba en ella más que eneros fríos…
         Difícil me resulta abordar la personalidad de estos seres desalmados que ni esa demencial acción, ni nada, les quita el sueño, porque deben ser insomnes totales e insensibles a la opinión de que no pueden sino inspirar rechazo por parte de la sociedad, o quizá es que sus corazones ya no saben amar y el desamor que albergan los lleva hasta esos extremos de cobardía y mezquindad. Se me hace indigerible esa cruel acción y me quedo huérfana de adjetivos para estos miserables despojados de toda sensibilidad. Me pregunto si después de este acto se quedaron con la satisfacción de quien ha conseguido una victoria. ¿Victoria abandonar a ese ser débil, desposeído de cariño, a quien pudo llegarle la muerte en la calle, sin aviso, como un dardo preciso e implacable?
         La vida es una aventura pero no es cosa de juego, y no creo que puedan molestar tanto estos ancianos que ya sólo tienen sus vidas llenas de atardeceres grises y noches con las sienes sin recuerdos en sus aburridos horizontes. No creo que entrañe tanta dificultad cuidar a quienes les llegó la decrepitud casi sin darse cuenta y ahora, extinta ya la fuerza y los huesos trémulos, cuando tienen medido el tiempo de la vida (esta vida que es tan breve y se licúa en un momento), viven con la esperanza de morir entre los suyos y no desean acabar sus días con la desolación y la mordida de la deslealtad. Y en todo caso están los asilos y residencias donde los cuidan con esmero y cariño, y reciben las entrañables visitas de sus familiares, pues también es comprensible que hijos ya mayores, no tengan las energías ni la salud adecuada para atenderlos.
         Y a estos personajes de sentimientos subterráneos, recordarles que envejecer es otro color de la vida y el resultado de haberlo dado todo en la dura prueba de la existencia. En suma, un tema para la reflexión.

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