DE TODO UN POCO
Donina Romero 
                                                                     EL  VIL  METAL
     Hoy se me encabrita el pilot en la mano cuando apenas he comenzado a escribir. Casi no me llega la inspiración y la palabra se me rompe en el tanteo. Tarea difícil explicar lo que siento porque el desaliento, incluso la cólera, caminan por mis arterias en un grito de impotencia ante tanta locura y mezquindad humana. No sé si sabré reflejar el tema como yo deseo, pero lo que sí es cierto es que no me voy a quedar huérfana de voz para denunciar algo que, al menos a mí, me ha dejado sin pulso, descolgada de la esperanza y roto mi rincón de ilusiones. No cabe duda de que el dinero no da la felicidad, pero ayuda a ser algo feliz porque, ya se sabe, aunque la ranchera cante, “con dinero o sin dinero, pero sigo siendo el rey”, lo cierto es que no, que sin dinero no puedes sentirte un rey por mucho que la canción lo diga. Desde luego que ésta es un reflexión subjetiva, pero haciendo un punto de observación, resulta sorprendente y chocante ver cómo existe gente en el mundo cargada de petrodólares y su vida en cambio se nos desvela prescindida de afectos, inestable, encerrada en la mazmorra de la frivolidad y el estúpido consumismo, sin una conciencia sensible a las injusticias sociales, a las desiguales oportunidades de la vida en los seres humanos, sin preocuparse por la suerte de los infelices, con una sequedad en el alma y en el corazón, mientras duerme en un lecho de plumas respirando el aire de su riqueza.
     Y viene esto a cuento porque anoche oí en las noticias del canal digital, que un danés (soltero y sin descendencia, y uno de los hombres más ricos de Dinamarca) había dejado todo su capital, que ascendía a unos dos mil millones de euros (2.000.000.000), a no sé qué Museo de su país para restauraciones y demás chilipendiadas, dado su amor al arte y a su nación. Insólito. ¡¿Dos mil millones de euros?! Si no calculo mal, dos mil millones de euros son trescientos treinta y tres mil millones de las antiguas pesetas (333.000.000.000), lo que para un museo me parece más que una extravagancia una auténtica locura, pues gran parte de ese dinero pudo haberlo donado para el Tercer Mundo, por ejemplo. Y no es que a servidora de ustedes le haya parecido mal tal donación, porque soy una enamorada del arte (soy escultora y pintora y precisamente ahora estoy preparando una exposición de pintura) y todo lo que sea ayudar me parece magnífico, pero cada cosa tiene su cosa. Continúo. Con audacia, “el generoso” sólo pedía a cambio que le erigieran un busto y lo colocaran en la parte más visible del Museo, con una gran placa con su nombre y un breve comentario a “su buena acción”. O sea, un tipo descarado en su petición y afanado en su vanidad más absoluta, en el apetito insaciable de su “yo”.
     Y me pregunto si los responsables del museo o el gobierno danés (no entiendo de estas cosas) aceptaron esta cláusula testamentaria con toda la alegría, sin reflexionar ni sentir que con la mitad (o menos) de esa herencia el museo estaría “dabuten”, y con la otra mitad se paliaría tanta hambre y miseria como existe en este planeta tierra. Después de oír tal noticia y helada como la escarcha del congelador, pensé, “¿de verdad que puede haber personas así, desprovistas de emociones y sentimientos, sin equilibrio y con una actitud de iceberg hacia las necesidades de los demás? ¿De verdad que existen imbéciles que se despiden de este mundo haciendo una acrobacia de tal magnitud, que maldita la gracia que tiene? ¿De verdad que existen seres humanos tan vaciados de todo amor hacia los demás?”
     Pues sí, los hay, y más de lo que imaginamos. Creo que estas mezquindades debería frenarlas la justicia, dado el poder que tiene, prohibiendo tamañas imbecilidades, porque si esto no es un abuso de poder que venga Dios y lo vea. Por otra parte, servidora le pondría al busto del danés otra placa debajo de la rimbombante que dijera, “CULPABLE de no amar al prójimo”. La única rabia es que el fallecido multimillonario ya no la pueda leer. Qué pena, penita, pena…