Artículo publicado hoy, 20/01/2009, en el diario La Provincia/DL

DE TODO UN POCO

Donina Romero

LA CORBATA

Imagino que sobre la corbata habrá un alud de opiniones y todas distintas. Y no me cabe duda además de que, dada la gran acogida, tiene sus buenos amigos amén de su propia personalidad, pero qué quieren que les diga, a servidora de ustedes, personalmente, me parece de lo más aburrida y ver una reunión de muchos hombres (jarca), todos con corbata, me quita el sueño como el café si no es descafeinado. Y no es que tenga hacia la “venerada” corbata una reacción alérgica, en absoluto, porque hay momentos en que reconozco que al hombre le da un pellizco de un no sé qué que es como un qué sé yo, pero no creo que los caballeros se tengan que ver atados a la misma para sentirse felices. Aunque parece ser que sí, que no llevarla en momentos importantes les produce un estado de ánimo parecido a la desazón, al desasosiego, porque la consideran el refugio de la elegancia y como si la misma tuviera un derroche de encanto o fuera la octava maravilla del mundo después del Coloso de Rodas en Gecia. Y creo que exageran, porque aunque veo que entre el hombre y la corbata existe una relación fraternal, formando un dúo bien avenido, y que la misma para promocionarse no necesita un manager, a mí particularmente me parece de lo más empalagado y cansado, sobre todo en eventos, ceremonias, reuniones de políticos, etcétera, donde todos van igual vestidos, con trajes del mismo corte, casi igual color y anudados con corbatas o cogoteras, unas más alegres que otras, pero el mismo perro con el mismo collar, o sea, de uniforme como cuando estaban en el “cole”. Y menos mal que no las llevan a las parrilladas (asaderos).

Y digo yo que si la moda de los hombres ha venido cambiando desde los cromañones y los neandertales, los romanos, los griegos, los egipcios y los vikingos, por qué la chalina, la pescuezera, desde que hizo su “debut” se ha mantenido durante tanto tiempo y no hay modo ni moda de cambiarla. Porque vamos a ver, ¿por qué no ha de ser elegante una buena camisa a lo “Mao”, con su respectiva chaqueta claro está, o un jersey de cuello alto, o aún mejor una bufanda o “fular” de seda natural alrededor del cuello? ¿Por qué razón los modistos se niegan (o no tienen ideas, porque ya se sabe que las ideas no vienen chasqueando los dedos) a experimentar con otras modas, ni dan un paso defensivo (cuadrarse delante) hacia una cambio con más variedad? Imagino que el hombre en general se mostrará bastante escurridizo con respecto a esta sugerencia tan subjetiva, pero tampoco estoy exponiendo aquí que vuelvan a las túnicas romanas ni a llevar aquellas faldas cortas mostrando las “peludas” piernas, ni los pechos de lobo cubiertos de acero porque sí que estaban bonitos ellos…

Como me estoy pensando pedir este cambio a la fábrica de los sueños, el otro día comenté esta reflexión con un amigo tan adicto a la corbata que imagino que ni se la quita para dormir, porque va siempre tan tieso con ella puesta que parece que lleva un volador atravesado, quizá creyendo que le da carisma y magnetismo personal, manifestándome lleno de asombro (asorimbamiento) que un hombre sin corbata perdería brillo y no sería bien recibido en eventos de importancia por saltarse las reglas sociales, añadiendo además que “una mala salida es vergüenza para toda la vida”. Y servidora, “aturdida y anonadada” como diría la Sarita Montiel, me quedé como al principio: sin poder ponerle remedio al exagerado asunto de la corbata. Y para cerrar y concluir este artículo, lo que no entiendo es cómo para ir al otro mundo, que se supone es el acto y la ceremonia más importante de nuestra breve vida, al difunto lo introducen en la caja de las tachas desprendido de ella y lo presentan al Creador ante tamaña falta de elegancia. ¿No es acaso el mayor de los eventos? Vivir para ver. Ay, Señor, qué cosas…

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