Artículo publicado hoy, 24/02/2009, en el diario La Provincia/DLP

DE TODO UN POCO

Donina Romero

SIN PAPAS EN LA BOCA

Creo que expresarse sin papas en la boca (como decimos los canarios) siempre supone un riesgo porque puede uno caer en la grosería o en pasarse de listo. Esta costumbre que tienen algunos/as de decir, “es que yo soy muy sincero/a”, como si creyeran que tal frase les da carisma y magnetismo personal, puede llegar a ser tan peligroso como un desfiladero pues podría situarlos en la orilla de la mala educación o totalmente dentro de la mala educación, porque en decir cosas incómodas para los demás sólo se consigue arañar la sensibilidad y pisar el callo, además de ser una acción más fea que un beso sin dientes. Y viene esto a cuento porque hace un par de semanas y estando servidora de ustedes tomando un aperitivo con unos buenos amigos en mi querida y espléndida terraza del Club Náutico, se acercó a nuestra mesa un señor de avanzada edad y bastón incluido que observando a una de mis amigas (entradita en quilos y algo desmejorada por culpa de unas impertinentes piedrecitas en el riñón), se le presentó como muy amigo de su padre durante la juventud de ambos. “Te pareces a tu padre -le dijo con aire desenfadado-, pero tu padre era más guapo que tú. Y te lo digo porque yo soy muy sincero y no tengo papas en la boca para decir las verdades”. “Tu padre y yo hicimos juntos el servicio militar, pero tu padre era un incompetente de cuerpo entero para la instrucción y siempre se le atascaba el fusil”. “El único amigo que tuvo tu padre en aquella época fui yo, porque si no siempre estaba solo o colgado de alguien”. “Tú estás muy gordita y tienes que comer menos gofio. Y te lo digo porque yo soy muy sincero y no tengo papas en la boca para decir las verdades”, mientras mi amiga quedaba sometida al asombro de aquella deplorable como desagradable actitud de aquel descarado (zafado) que sólo intentaba fastidiar (jeringar).

Y así continuó utilizando sus críticas como el matador la espada atravesada entre los omoplatos del toro, y como quien después de castigar se queda con la satisfacción de creerse que ha conseguido la victoria. Hasta que mi amiga, harta de tanta acidez verbal y con cierta sequedad en el corazón, le contestó con una dosis de agresividad, y perdiendo casi los estribos, “¡usted lo que es un malcriado, carajo! ¡Y perdone que le hable así, pero yo también soy muy sincera y tampoco tengo papas en la boca para decir las verdades!”. Ni que decir tiene que el hombre se quedó como una ciruela aplastada, y con una urgente precipitación se fue de allí sin despedirse, pues el silbido de las balas que le disparaba mi amiga lo hizo salir por piernas. “El respetito es muy bonito”, decimos los canarios. Y es que no viene mal para alguno/a que desea ser respetado/a controlar sus pensamientos “por muy sincero/a que sea”, pues el respeto se gana no se pide, y quien ofende despreciando los sentimientos de los demás se puede encontrar con una cadena de agresiones orales de la parte ofendida, que está en su legítima libertad de defenderse de esa “amistad” dañosa. La poca cultura siempre se puede disculpar porque no todo el mundo -tristemente- puede tener acceso a ella, pero la mala educación, hacia los demás, el “hablar claro”, la grosería (malacrianza), no es disculpable, porque es una actitud rastrera y el único culpable es el agresor verbal que, lamentablemente, es tan antiguo como Sócrates, pero que no genera afecto alguno, porque estos personajes prepotentes (sabedores) son unos aguafiestas y malasombras que, además de merecerse un guantazo en el pescuezo (totiso), espolean al prójimo sin importarles el rubor, la rabia o el desánimo del mismo. Quizá sea por esto que a estos machangos les tenemos aversión como al cloro de las piscinas. Que tengan un buen día.

1 comment