Artículo publicado hoy, 24/03/2009, en el diario La Provincia/DLP

                                    DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                    EL GALANTEADOR
Galán, aparte de significar gallardo, guapo, adonis, apolo, apuesto, etc., también significa persona galante, que camela con donaire, con galanura y con halago. Y de esto trata el artículo de hoy.
      Creo que, a veces, a las mujeres nos es necesario oír un agradable piropo para que una gota de autoestima, una sacudida de energía, como un respingo, nos corra por la sangre, sobre todo cuando ya los encantos femeninos están oxidados y las aguas no pueden volver a su cauce. Y sucede que las preocupaciones cotidianas (ya sabemos, como alguien dijo, que “media vida son problemas y la otra media está para superarlos”), el monótono trabajo diario, el marido que te ve y como si no te viera porque se ha acostumbrado a tu cara, a tu ropa, a tus andares, a tu voz, y ya no es el motor de gasolina de los primeros años de matrimonio, ni aún cantándole “Popeye marinerito” en un susurro y moviendo la popa a babor y estribor, para que ponga sus ojos de palomo buchúo sobre ti, que estás dejando de ser paloma arrebatada dado el descuido o abandono del pariente hacia tu persona, otrora alegre (cochafisco) y ruidosa como un molinillo de café de los de antes, a veces, repito y tripito, esos problemas te desvían de las cosas bellas de la vida, y lo único que te puede levantar el ánimo es un café bien cargado para que esa sangre descolorida y en estado de horchata de chufa (chuflas) aflore de nuevo y te deje como a estrenar aunque, tristemente, dure poco el efecto de la bebida estimulante a lo largo del día.
   Así es que, sumergiéndome en profundidades que a todas las mujeres nos atañe, no encontramos mejor terapia a nuestras bajonas que un bonito requiebro dicho a tiempo y en el momento justo, venga de quien venga si es desprendido y sincero. Aunque claro, hay piropos y piropos. Porque vamos a ver. Por muy cariñosos que digan un madrigal, no creo que agrade a ninguna mujer de “poco pecho o pechuga” que le larguen, “tienes una delantera más cepillada que una inglesa del “Yogua”, por ejemplo, porque además de ser más desagradable que escamar un pescado, la señora en cuestión se acordaría de la madre del camelador y de todos sus muertos. O que a una señora de buen ver y aspecto clásico le larguen malcriadamente y sin atisbo de misericordia, “cristiana, usted se viste más antigua que un luto de tres años”, porque más que lisonjero o halagador es un ofensor (faltón). O aquel otro a alguna chiquita mal agraciada, “qué pena, mi niña, que por no poner más atención, tus padres te hicieran a la chambona”, porque, vamos, con la mirada lo fusilaría, como fusilaría al que le dijera, “¿y p’a qué te pones flequillo, muchacha, p’a taparte los cuernos?” Porque además de ser una falta de respeto se meten en la intimidad sexual de los padres y los maridos de la interfecta, aparte de ser un peligro, porque si la lisonjeada en esos tonos se enfoguetea, mejor es que el otro coja carretera y manta y desaparezca de su vista en lo que el diablo se frota un ojo. Y es natural, porque esas cosas disgustan más que la leche agria y se te quedan marcadas para toda la vida como una veta en la madera.
   Pero un bonito, un buen piropo es aquel que dicho con gracia no sólo no ofende sino que se agradece. Por ejemplo, “tienes unos ojos con más luz que una bombilla”, “posees una sonrisa más dulce que una tableta de chocolate”, “me gustas más que una compota para bebé”, etc. Y luego están los piropos a medias, como el que le dijeron a mi muy querida y más íntima amiga de tantísimos años, la francesa Monique Abadíe, que siendo guapa, elegante, con unos ojos azules y grandes como dos piscinas, más un tipo estupendo, pero vestida bajo el intenso frío de enero en Madrid con pantalones, abrigo, guantes de piel, gorrito de lana y gafas oscuras, un caballero se para frente a ella, y necesitado de expresarle todo el torrente poético que albergaba en su interior al verla y mirarla con ojos de gato frente a una pescadería, se le acerca y en un susurro con aire desenfadado le dice, “hola, casi guapa”. Y es que, para cerrar y concluir el artículo, para que te echen un buen piropo no hay nada mejor que el verano porque, además de verse el body entero sin desperdicio, es como el sentido del humor, un buen combustible para todo. Que tengan un buen día y un buen piropo.

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