Artículo publicado ayer, 07/04/2009, en el Diario La Provincia/DLP

                                  DE TODO UN POCO
Donina Romero
                              SUMISIÓN FEMENINA ¿?
     En algún sitio leí, sorprendida y con la cólera subiéndome por la sangre, que “hasta el siglo XX, las mujeres de una tribu conocida con el nombre de “Nerikot” (en Nepal), demostraban su “sumisión a los hombres” bebiéndose el agua en la que ellos se lavaban los pies”. ¡No te vayas p’a que almuerces! Y del mismo modo, en otra tribu selvática, las sumisas esposas estaban obligadas a demostrar la sumisión bajando la cabeza con actitud más seria que la ceremonia del té, mientras los descarados cónyuges contaban anécdotas de tonos subidos y reían estrepitosamente como si se hubiera dinamitado un edificio de veinte plantas y ellas al tiempo les masajeaban los pies sin rechistar ni mostrar asomo alguno de cansancio y como si estuvieran en un velatorio. ¡Adiós te digo y no llores!
     También leí que en el siglo XVII, y durante el reinado de Carlos II de Inglaterra, estaba absolutamente prohibido que las mujeres recitasen sus propios poemas en bellos salones o actuasen en los escenarios, por muy buenas actrices que se sintieran, así es que los papeles femeninos tan deseados por ellas eran interpretados por hombres. ¡Amargos chochos…! Y así unos sucesivos comentarios machistas, que me dejaron marcada como un cerco sobre un mueble de madera barnizada, pues ese machismo no rozaba la desmesura, era desmesura, ya que actitudes semejantes no tienen disculpas por tener siempre a la mujer contra las cuerdas. ¡Tiene tela! Y es que a lo largo de la historia de la humanidad la mujer ha sido más sufrida que un papel vinílico y, por lo que parece, causándoles a los hombres más problemas que un tapón de cera en los oídos si se metían en sus vidas y curioseaban en su cartera. ¡Por las barbas de Neptuno lo que había que aguantar!
     Y es que la mujer, que ha sido siempre un muro de carga para todo, andaba más triste que un jarrón sin flores con tanta sumisión y tanto carajo hacia los hombres que, machitos ellos, hacían y deshacían con la “woman”, la “wife”, como si de montar claras a punto de nieve se tratara, y ellas (toletas) contentas si por navidad les regalaban los “husbands” un surtido de camisetas publicitarias. O sea, que la mujer no era más boba porque no se entrenaba, y ellos, ante tanta sumisión, inalterables como el acero inoxidable mientras el ambiente olía a orgullo machista. Y como las lágrimas no solucionan los problemas, hete aquí que llegó el día (ajajáaaa…) en que la mujer se colocó los ovarios en su sitio y, liberada de su opresión (ajajáaaa…), fue ella la que obligó al hombre a que se bebiera el agua de sus propios “pieses” él solito, lo cual le sentó al machorro peor que la chabascada de un perro en una canilla, y con una rabia que se cogía las vigas del techo. ¡Faltaría más!
     Y es que una cosa es cada cosa y cada cosa tiene su cosa, porque aquí, al planeta tierra, hemos venido todos solitos, nos vamos solitos y en medio no hay dueño que valga ni cuentas que rendirle, sólo al Creador, porque nadie pertenece a nadie y debemos luchar por nuestro propio yo, que no es poco. Que ya lo decía el poeta musulmán Omar Khayyam, “aprovecha la ocasión de ser feliz hoy, pues mañana quizá ya no tengas fuerzas para ello”. Y es que la vida hay que saber boxearla con habilidad y ser fuertes para enfrentarnos a ella, ya que si no duraríamos lo que una saliva en una plancha caliente. Porque aunque el mismo sol del domingo es el que alumbra el lunes para todos por igual, ningún ser humano tiene derecho a ser la mosca cojonera del otro ni imbricarlo en las amarras de su barco, porque libres nacimos y libres nos vamos. Y mejor aún respetándonos cada uno como personas, porque bien llevado el asunto gusta como un fin de semana, y puede llegar a ser tan bonito como un domingo de Ramos. That is the question.

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