Artículo publicado ayer, 16/03/2010, en el diario La Provincia/DLP


                                        DE TODO UN POCO
Donina Romero   
                                            EL  “MANITAS”
         Alguien dijo que “en el fondo no somos tan diferentes unos de otros”, y aunque esa reflexión no anda desencaminada sí creo que, a veces, somos muy diferentes pues cada cual pesca con la caña que tiene, y “cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas”. Hoy les quiero contar una nueva anécdota de mi amigo Gustavo (nombre ficticio pero persona real), “el manitas” (ya saben, el de mi artículo sobre la tumbona de cinco posiciones), que continúa siendo un inepto total para los arreglos de la casa, pero sigue empeñado en “echarle una mano” a su pobre mujer que aunque lo domina como a su ordenador, está harta (hasta la coronilla) de su ineficacia y me temo que algún día, en una de sus rabietas, le pida la baja a la vida prematuramente.
         Y es que Gustavo, chistoso donde los haya y divertido como una despedida de soltero, se cree para la casa necesario como una aspirina y se siente tan feliz como un niño con su peluche nuevo si hace arreglos en el hogar, aunque siempre termine haciendo chapuzas. Me contaba su esposa que el fin de semana pasado a Gustavo le apetecía colocar en el techo de su dormitorio unas anchas molduras de corcho, poniéndose manos a la obra en lo que el gato se arranca un pelo. Pero parece ser que no calculó correctamente la cantidad de cola para dejarlas bien sujetas y por la noche, mientras dormían, una de las molduras se despegó cayendo estruendosamente sobre el tocador y tirando al suelo un juego de no sé qué de cristal tallado. La esposa, además del mayúsculo susto, quedose tensa como un lifting y más agria que el agua de San Roque; y a pesar de que se quieren como Bonnie and Clyde y su vida en común (fuera de las chapuzas) es tan fácil como dar el biberón a un bebé, el desconcierto y el sobresalto fueron en ascenso hasta encenderle a Rosa (esposa y nombre ficticio) el motor de la rabia y reventarla como un globo (sopladera) pinchado con una aguja, y diciéndole acto seguido con su aguda voz que no es precisamente un canto gregoriano, que “para esas cosas era un puñado de problemas y que como “manitas” más falso que una cafetera de madera”, y algunas palabras más para enmarcarlas.
Pero a Gustavo (que es cómodo como un sillón reclinable y todo lo que le entra por un oído le sale por el otro), como si le hablara en tibetano, le atacó el vértigo de oírla y atrincherándose en su almohada le dio un “buenas noches, mañana será otro día”, adentrándose tranquilamente en el reino de los sueños. Ya lo dice un proverbio francés:”no hay almohada más blanda que una conciencia limpia”, así es que a Rosa (que siempre ha tenido un sano nivel de colesterol y no deseaba provocarse una subida del mismo), la pasiva actitud del cónyuge le produjo mal talante (mal tabefe) y tal devastador efecto en su organismo que, aferrada al dolor de aquella indiferencia, decidió, metida ya en el berrinche y el amulamiento, poner entre ambos un muro cortavientos y dormir en el sofá del cuarto de estar por no tirar cojines a la cara del tonto (tabaiba, tolete) de su palomo buchúo y evitándose así una depresión severa si lo veía a su lado, pues sólo mirarlo ya le daban ganas de encender una disputa y darle gritos (esperridos) como una ordinaria (risquera) resultándole ponerse a ese nivel más repugnante que el aceite de hígado de bacalao, aunque la dejara de los nervios engrifándola como una gallina de Agüimes.
Y es que una cosa es cada cosa y cada cosa tiene su cosa, porque no es lo mismo vello que bello, salubre que salobre ni pantalón que pantalán, o sea, saber que no saber. Aunque siempre habrá atrevidos sin habilidad (geito, geitillo) alguna que desmoronan (desborrifan) como un queso tierno lo que tocan, sin querer darse cuenta de que el que vale, vale, y que el buen hacer es como el buen gusto en el vestir, que no está en el precio de la ropa. Que tengan un buen día.

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