Artículo publicado ayer martes, 17/02/2015, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

PARA EL AMOR NO HAY EDAD

En relación con el pasado Día de los Enamorados, algunos de mis queridos lectores me han pedido que volviese a publicar este artículo a pesar del tiempo transcurrido del mismo. Y aquí va, de nuevo, para recordarles que el amor existe desde los días más remotos de la historia de la humanidad y que a pesar de los avatares que todos los seres humanos sentimos en nuestra piel, siempre habrá un lugar en el corazón para amar.

Andaba servidora de ustedes por los Madriles con mi santo esposo haciendo lo que más me gusta hacer por esos lares: de teatro en teatro, de librería en librería y de exposición plástica en exposición plástica, cuando en una de estas últimas, la pintora que exponía sus cuadros (figurativos y muy bellos por cierto) me llamó la atención por edad y por físico, pues era una señora de unos ochenta y pico de años (luego me confesaría que ochenta y seis), con más arrugas en rostro y brazos que los pliegues de un acordeón, moño muy alto teñido de un rubio platino y con muchos pelitos tiesos en la barbilla que, por coquetería, se los teñía también de rubio. Sentada en su sillón como el llanero solitario, toda ella era un número y su aspecto tan increíble como tapizar un sofá con dos metros de tela. Se había puesto encima de su cuerpo serrano todos los abalorios de bisutería que encontró en el cofrecito de su tocador, y más parecía que vendía la mercancia y la anunciaba así de adornada para de paso estar más bella.

Pantalón gris, camisola ancha gris y un hermoso bastón con empuñadura de plata completaban el original atuendo. Me acerqué, como hago siempre, a felicitar a la autora de tan hermosos cuadros, recibiendo de ella una mirada de pupilas dilatadas e intensa y una sonrisa que se extendía hasta aquellas “boqueras” mal curadas, todo lo cual me asombró como si me regalaran una póliza de seguro de entierro. Me invitó a sentarme a su lado y encantada así lo hice, pues escuchar a los mayores siempre me ha fascinado por lo enriquecedor de su sabiduría y porque no olvido ese maravilloso proverbio chino que dice que “cada vez que muere un anciano, arde una biblioteca”.

Me asombraba que no perdiera el hilo de la memoria mientras me abría su corazón y yo localizaba de inmediato su acento gallego. Llegadas ambas a un punto de confianza, ella, algo descarada para hablar (zafada) y sin desconfiada prudencia por su parte, me confesó lo que de alguna manera trataba de decirme desde el principio: el dolor laceraba su alma porque estaba locamente enamorada de un hombre dos años mayor que ella, casado y, para más inri, su esposa lo sabía y poseída de todo su furor (reconcomida) le venía amenazando con mensajes ofensores (faltones) en el contestador, advirtiéndole que “robara” el marido a otra y que se dejara de tanta “maniobra de acercamiento” y tanto dislate a su edad, y a lo que la pintora se negaba en redondo.

Sin poder reprimir la emoción, rompí la paz de aquellos momentos de su desahogo con un profundo suspiro, pues aquella confesión y aquel enfrentamiento entre dos mujeres, rozando el siglo, que se clavaban las guerras del insulto por un hombre al que amaban ambas dos, rebasaba los límites de hasta donde yo creía que se podía llegar por amor a esas edades.

Y es que está claro que para el amor no hay edad, y para la artista pintora, aunque sus huesos soportaban mal el peso de los años, plena aún de sensibilidades y enamorada hasta el tuétano de aquel hombre casi nonagenario, que algún encanto desplegaría cuando dos mujeres se peleaban por él, no estaba dispuesta a renunciar al amor de su vida y a vivir con desconsuelo (magua) sin él, algo que para cualquier ser humano, y tenga la edad que tenga, también es tan imposible como intentar parar el viento con una ametralladora. Otra cosa es el pecado y la mala conciencia por intentar “robar” el marido de otra y destruir una familia. Pero no voy a emitir mi opinión ni mi juicio, no me vayan a dejar los lectores como una perdiz escabechada. Que tengan un buen día.

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