Artículo publicado el 01/04/2008 en el diario La Provincia/DLP


                                          DE TODO UN POCO
Donina Romero

                             CADA PERSONA ES UN MUNDO 

         Todos los humanos somos tan complicados como un puzle, y cada uno distinto y metido en su concha, como el conejo en su madriguera, o sea, que como decía alguien, “cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas”. Los hay herméticamente cerrados, tímidos, atrevidos, alegres como un domingo y desagradables como un lunes, abiertos hasta el descaro (caraduras o carotas o zafados en c.), entrañables como un chin-chin entre amigos, tiernos como una caja de música, dulces como un bastón de azúcar, de suave carácter como un almohadón de plumas, coléricos, dictadores, orgullosos y vanidosos que necesitan ejercicios de humildad…, y así un etcétera más largo que una lista de boda. Toda mi vida he oído que los borrachos y los niños siempre dicen la verdad, así es que sobre los beodos simpáticos y caraduras les contaré una anécdota que, cuando menos, les hará sonreír.
         Era todavía servidora de ustedes una adolescente, con quince años y estudiante de Bachiller Superior en mi recordado Instituto Pérez Galdós de nuestra ciudad, cuando preparábamos las comedias (así decíamos antes) por la celebración del patrono de los estudiantes, Santo Tomás de Aquino. En el Salón de Actos, habilitado todos los años para tal evento, y después de haber ensayado las de sexto, mi curso (donde servidora cantaba, y no lo hacía mal), subieron al escenario cuatro alumnas de “preu” (preuniversitario en mi época) que escenificaban un guión escrito por una adorable javeriana que aún recuerdo y que, además, nos dirigía. Misteriosamente, un hombre que andaba bajo la influencia de Baco, flaco como un pejín y con un pantalón verde-cebolla que hacía hasta llorar, se introdujo en el salón sin que ninguna de las alumnas lo percibiéramos, sentándose en la última fila pero manteniéndose discreto y en silencio. Las “actrices”, atentas a sus diálogos, continuaban con el ensayo. Una decía, respetando el texto, “pues yo, cuando acabe el “preu”, me meteré en Arquitectura, pero me da miedo la responsabilidad de construir un edificio y que se pueda venir abajo”.  Otra, con cara de circunstancias, decía, “pues yo lo tengo decidido desde que era niña: me meteré en medicina, a pesar del miedo que le tengo a las bacterias o a coger un virus”. La siguiente contestaba, “pues yo me meteré a maestra, porque me encantan los niños, aunque ganaré poco dinero porque el sueldo no es boyante.” Y de pronto, el puñetero borracho, que seguramente estaba aburriéndose como un canto gregoriano, tambaleándose como una hoja de palmera con viento, se levantó de la silla y con el brazo en alto gritó desaforadamente, espoleado por el alcohol y sin importarle el desorden de su conducta, “¡pues métete a p…, que vas a ganar más, totorota!”, quedando la pobre chica hundida como el “Fefita dos” en alta mar y su entrada escénica estropeada (encharcada).
         Ni que decir tiene que aquel borrachín molesto como un cajón atascado, salió de allí expulsado por el bedel, que lo sacaba por un brazo, al tiempo que molestón (pejiguera) seguía gritando y haciendo ruido como una campana extractora, “¡métete a p…, métete a p…!”, mientras desaparecía de nuestra vista como unas ojeras con corrector. No cabe duda de que el día de las representaciones, y por orden de la javeriana, todos los cursos estuvimos con ojos de buey de lavadora buscando al tipo, por si acaso nos montara el circo y volviera a repetir la misma faena, pues además de peligroso como un desfiladero aquello había sido más espectáculo que las cataratas del Niágara. Pero, afortunadamente, no apareció y todas respiramos tranquilas. Ya ven lo que hace la caradura mezclada con el alcohol. Y es que las cosas son lo que son y cada persona es un mundo, con o sin alcohol, porque no somos perfectos. Y aunque digan que el carácter es sólo una cuestión cultural y de educación, yo creo que los genes influyen que es una barbaridad. Y menos mal que somos todos distintos, porque si fuéramos iguales la vida sería más bluff que unas vigas de corcho. Qué mundo éste…

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