Artículo publicado el 03/06/2008 en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LA BICICLETA ESTÁTICA
Creo que la bicicleta estática no va a dejar de ser ella misma por mucho que murmuren. Es evidente que cuando pasamos a su lado, en casa, nos percibe sin indulgencia y utiliza su imagen (ya que no puede hablar ni mantener una postura de diálogo con nosotros) de manera hostil para apretarnos las clavijas a diestro y siniestro enviándonos un mensaje aterrador, a pesar de nuestra descarada disminución de obediencia debido a la desgana.
Ya sé que el deporte es un “ingrediente” vital como el agua para las flores, pero lo de la bicicleta estática -con el voto de silencio mientras pedaleo-, me incomoda el ánimo y no lo puedo superar. Sé que para la circulación sanguínea (entre otras cosas) es formidable, y por eso recurro a ella de cuando en cuando, pero prefiero el cómodo y acogedor sofá, donde mis células cerebrales se liberan del miedo al dichoso biciclo, a este sufrimiento que ni puesto al bañomaría me alivia. Tengo una amiga de carácter rebelde y arisco (erizo cachero) con todo lo que le molesta, que me cuenta que a este biciclo le testimonia su desafecto verbalmente hasta encenderse en una disputa y la manda a paseo cuando no le apetece hacer ejercicios con la misma, quedándose más fresca que el muro de la marea de Arinaga. Y es que antes se decía que “la obediencia era una virtud de las doncellas bien nacidas”, y yo digo que porque no existía la bicicleta estática. Ella olfatea cada día nuestra actitud de desánimo ya que no puede ser testigo ocular (“mañana hago ejercicio, hoy no me apetece”), y de alguna manera sólo su presencia nos hace culpables de nuestra pereza. El apetito insaciable de su “yo”, su silencio delator y su imagen marimandona nos afecta el alma y abruma nuestra conciencia, porque “la estática” desea hacerse irresistible como una copa de chocolate y nata, y aunque tengamos el dilema de la pereza deportiva atascado en el cerebro y nos asuste como una avispa cerca, rondándonos, su persistente presencia (como un búho al acecho) nos deja incapaces de sostener tan desagradable situación y nos enfrentamos al fin a ella con cierta reacción alérgica pero sin más remedio. Y es que pienso que si las sesiones de estos ejercicios musculares se hacen por salud, vale, pero sufrir para estar guapa y conseguir un cuerpo con más curvas que un reloj de arena nunca lo he comprendido, porque sobre este tema lo mismo me da que me da lo mismo, ya que pienso que lo que fue, fue, y no hay que darle más vueltas.
Así es que, para no gastar energías en más pensamientos inútiles hacia ella, a regañadientes y amargadas como por una abolladura en nuestro coche, nos disponemos a pedalear treinta minutos, intentando pasarlos como un trago rápido, acelerada la respiración y la sudoración en todo el cuerpo mientras pensamos qué lento pasa el tiempo cuando tenemos prisa (¿prisa?) y cómo el sonido de sus pedales no nos parece precisamente el canto de un ruiseñor, quizá porque -al menos por mi parte- no hay química entre nosotras y nuestra relación es como mezclar el agua con el aceite. Ya se sabe que el amor, la amistad y la bicicleta estática son sólo cuestión de química, y servidora de ustedes antes que esto último prefiero los paseos despacito (al golpito), aunque sea bajo un día soleado (solajero) que raje las piedras.
En fin, que el biciclo fijo (más desagradable que un lunes y aburrido como un funeral) es una máquina con la que hay que tener toda la paciencia (pachorra) del mundo mientras se va haciendo agua el cerebro, y se aguanta un pedaleo con sufrimiento en silencio…, y yo no tengo el tesón de perseverar en estas cosas porque hay quien nace para caminar y otros para estar sentados, y servidora de ustedes soy de los últimos. Así es que al final la he abandonado con toda su autoridad porque comprarla fue un error involuntario y a mí no me gobierna nadie. Ay, señor, qué cosas…
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