Artículo publicado el 20/05/2008 en el diario La Provincia/DLP


                                             DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                               YA  NO  REÍMOS
           Creo firmemente que la risa es el lubricante de la vida y que tiene un poder único sobre problemas, depresiones, desgracias y estados de ánimo en general. Así es que servidora de ustedes siempre busco reírme porque me ha gustado más que una panchona guisada y me paso casi el día buscando que la ventana me regale un paisaje hermoso, o sea, momentos surtidos de sonrisas y bromas, pues estas pequeñas cosas sirven de desconexión de problemas y hacen que el día sea más bonito que el anís estrellado.  Y aunque sabemos que con la edad ya nada restaura la juventud perdida, al menos la risa -que no cumple años- es de tal gozada que incluso nos protege de depresiones, ahuyentándonos el moho del carácter cuando se está convirtiendo en vinagre viejo. Tampoco digo con esto que los españoles -que siempre fuimos más alegres que una verbena- estemos siempre a ritmo del Caribe y con la carcajada en la boca, pero en ciertos momentos del día la risa nos puede sentar tan bien como una embozada de bicarbonato en una mala digestión. Pero, lamentablemente, este centro del control general del organismo que es el cerebro (la azotea) ya no es el mismo y no porque no le funcionen bien las cañerías, sino simplemente porque no le buscamos un hueco para la risa y aliviarnos así del mal humor como una pomada antiinflamatoria en un hematoma (cardenal).
Y es que hoy se ríe poco y se sonríe menos (ni siquiera el día de paga), porque se ha ido perdiendo la alegría e incluso el sentido del humor y ahí va el pueblo llano y soberano, por la calle, más serio que un billete de cien euros, con aspecto desamorable (erizo cachero) y más arisco que una aulaga, a pesar de haberse comido en casa y antes de salir un rehogado de tila y una empanadilla de calmantes, porque la cabeza sólo piensa en que con el euro ha salido perdiendo y todo es más caro, que el pinzamiento vertebral  le viene de tantas horas de sillón en la oficina, que se le ha caído el empaste dental y arreglarlo es otra fuga de euros, que el coche no le arranca y no es por falta de combustible, que la suegra tiene la inteligencia obstruida (tupida) cada vez que abre la boca, nunca tiene el monedero abierto y no lleva camino de cambiar, que el agua de Firgas con gas le produce eructos continuos y sin gas es sosa como una sopa sin sal, que la vida da más vértigo que subir a un telesférico…, que llega a casa, acabada la jornada laboral, buscando un descanso mental y espiritual y pone la tele para entretenerse, y lo primero que ve es un incendio con víctimas aquí, un terrible atentado allí, el descarrilamiento de un tren allá, un maremoto más acá…, golfos al volante (mataperros), pleitos (rifirrafes), gritos (esperridos), delincuentes (palanquines), palizas (caldas), bandidos (lajas), embrollos (peloteras), abusadores (abusones), enredadores (trasmallos)…, o sea, el mundo haciendo más ruido que una lavadora centrifugando mientras le va pisando las tripas la dieta rigurosa que incluye para la cena sólo una lasquita de jamón de York y un yogur desnatado…, con lo cual el cerebro -que es más complicado que un negocio de transportes de pianos-  está hecho garepa y viruta, las células se inflaman y no envía ráfagas de risa porque con tanta acritud ya ni sabe distinguir un limonero de un melonar.
         Lamentablemente, la risa se ha ido oxidando y se ha ausentado de nuestra boca dejándonos unos labios de aspecto poco amistosos y lentos para elevar las comisuras que, años ha, fueron alegres como un domingo. Y es que creo yo que para reír un poco hay que dejar las ideas enemigas en la gaveta y  asomar (alongar) el cerebro a la discoteca de la alegría, que nadie vive eternamente  y el gran agujero (boquete) de la tristeza al fin y al cabo es sólo una reclusión voluntaria, porque aunque tengamos problemas que nos deje destrozados como la carne picada, siempre hay un lugar en el corazón para la esperanza y, por las barbas de Neptuno, afortunadamente estamos en el mundo de los vivos y ya sólo este regalo es para celebrarlo. Que Dios me los bendiga, mis hijitos…

 

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