Artículo publicado el día de ayer en el diario La Provincia/DLP


                                     DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                EL  PEQUEÑO  NECESER
Tengo una amiga que físicamente está sana y hermosa como una manzana francesa, apretada de carnes como un mueble de madera maciza, con una mente despierta y deportista ella, temperamento impaciente y simpatía a raudales e incluso un grado saludable de agresividad que la hace a mis ojos tan perfecta que casi parece defectuosa. Es vitalista y divertida aunque ruidosa como una campana extractora y para nada le interesa que me ponga a explicarle que fueron los descendientes de Abrahán quienes introdujeron la astrología en Egipto, aunque la verdad es que ella, con su jarabe de pico, tampoco da pie a que una se pueda pronunciar en algo. Yo creía que todo aquel volcán procedía de sus genes, pero hete aquí que hace unos días salimos juntas a almorzar, ella vestida de un rojo (encarnado) rabioso, y ya en el restaurante, antes de comer y mientras mi amiga llevaba una conversación atropellada y confusa, extrajo de su gran bolso un pequeño neceser, que dejó sobre la mesa, y del cual comenzó a sacar cajitas y más cajitas que me enfrascaron en una minuciosa observación de todo lo que extraía de las mismas, dejándome boquiabierta… y también al camarero que observaba indiscreto (novelero).
Aquellas píldoras (pastillas) que me parecieron un viaje hacia el horror, tenían en mi amigota efectos euforizantes porque se las iba tomando a marcha desbocada hasta que, con evidente apuro por mi parte, intenté situarme en su lugar y ser empática con la situación. Pregunté qué tomaba y me respondió, “lo necesario para que mis células funcionen a pleno rendimiento”. Quedé con los pies clavados en el suelo. Jamás me había sentido tan mal, así que asombrada conté hasta diez, respiré hondo y con mi boca lejos de ser un depósito de saliva me lancé a decirle casi sin pensar, “¿drogas, muchacha?”  Y las risas de mi amiga invadieron el comedor. Servidora de ustedes, que espiritualmente soy tan recogida como una cortina por un alzapaño, sentí como si tal estruendosa carcajada hubiera asustado a todos los santos de mi estantería.
Recordé entonces aquel refrán que dice que “quien anda con gente extraña acaba siendo un extraño”, porque en ese momento quedé confundida y creyendo, tristemente, que nuestra casi eterna relación comenzaría a enturbiarse, no por mi parte, claro. Inmediatamente pensé que no la dejaría de mi mano, y que intentaría ayudarla para “sacarla de aquel pozo”, ya que toda la vida he pensado que siempre hay un lugar en el corazón para la esperanza. Pero mi amiga, viéndome en un estado mental más corto que las mangas de un chaleco, se concedió unos segundos para responder, enseñarme y explicarme lo que había tomado con tanta naturalidad ante mis ojos y los del indiscreto y observador camarero: “Fitonosequé” para la menopausia,  otra para la glándula tiroidea, algo más para la depresión, “Ácido fólico”no recuerdo para qué, una más para el corazón, una cucharadita de jarabe para la digestión, una cápsula de dieciocho vitaminas y minerales para arrancar el día, y dos “Valerianas”para calmarle la ansiedad, mientras se me atascaba el oxígeno y el paladar se me licuaba ante tal espectáculo, pues no navegábamos por el mismo mar de los requisitos medicinales. Pero a pesar de que me continuó asombrando toda aquella cantidad de medicamentos que rozaban la desmesura y que me dejaron atontada como un toro mirando el capote, de pronto me invadió una paz casi celestial mientras mi amiga, que es tan estupenda como un congelador sin escarcha, guardaba su pequeño neceser de medicamentos…, y ya no demoramos el momento de pedir la carta mientras se acercaba el aún asombrado (asorimbado) camarero. Ay, Señor, qué cosas…
         Feliz verano, queridos lectores, hasta septiembre, si Dios quiere. Y que el Señor me los bendiga, mis hijitos…
 

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