Artículo publicado el martes, 04/02/2014, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
¿POR QUÉ TEMEMOS A LA MUERTE?
Decía el escritor francés Theophile Gautier que “nacer es comenzar a morir, y esto está tan claro como que la muerte es inevitable porque estamos aquí por un tiempo breve”. Somos muchos millones de seres humanos los que tememos a la muerte más que al fantasma de la ópera, y lo hacemos con preocupación e impotencia, quizá porque la incertidumbre de un más allá flota en el aire, casi de continuo, en un evidente deseo de encontrar respuestas a este empeño por conocer qué es la muerte y qué nos depara después del trance. Y me atrevo a afirmar que pocos son los que no piensan alguna vez en ella y que, incluso, han hecho votos de silencio sobre el trágico tema.
Para mí, por ejemplo, compartir esta reflexión con ustedes, queridos lectores, no significa ponerle pasión a la tristeza o al miedo sino reconocer que la muerte es una amiga de cabecera que me incomoda mucho, aunque entienda que es un ingrediente más en nuestras vidas, pero me siguen asombrando aquellos que no quieren ni oír hablar del inevitable momento. ¿Valientes?, ¿inconscientes?, ¿pasotas?, ¿ignorantes…? En cualquier caso, felices ellos que no se preocupan de su destino eterno.
He leído en algún pasaje bíblico que “la muerte no existe y que solamente es una transición a otro lugar maravilloso”, lo que me hace pensar que si en general todos los humanos llevamos una vida insatisfactoria, cargada de pequeños o grandes problemas, viviendo en una frívola sociedad que lamentable y tristemente sólo admira “el parecer” y rechaza “el ser”, viviendo en este envoltorio llamado cuerpo que únicamente es un vehículo del espíritu, y con un vivir que nos metió en un zapato del 36 y nos viene fastidiando (léase jod…, porque suena más fuerte y desgarrado) desde que nacimos, ¿por qué prolongamos con tanta inquietud este temor a la muerte como algo terrible que nos atabica el paso a la otra vida y de la que no deseamos saber nada o cuanto menos mejor?
Para los católicos creyentes y practicantes, llegar al Cielo es el fin primero de la vida humana, porque el Cielo solamente puede ser aceptado en virtud de una fe y una confianza, y gracias a esa fe y a esa confianza se nos hace más leve el nefasto encuentro. Llegado el momento, y para los miedosos (entre los que me encuentro), lo mejor sería cogerse una trompa, una cogorza, una buena templadera para así no ver a la “señora vestida de negro y con guadaña”, sino al menos en colores y flipar con la visión, para que no nos atemorice tanto y no nos resulte, con la indeseada visita, más pesada que la madre de una primera dama de honor en un concurso de belleza.
De todos modos creo que esta actitud nuestra, tan evasiva, no nos liberará nunca de tal opresión que solamente nos lleva a un continuo sufrimiento por no entender que no vale la pena sumergirnos en el miedo a algo que llegará inexorablemente. Al fin y al cabo, como decía Gautier, nacer es una forma de morir despacio, y digo yo que en medio también hay felicidad si sabemos buscarla. Así es que gocemos de este momento fugaz que es la vida, que ya la extinción llegará sin que nadie la llame. Elemental, querido Watson.
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