Artículo publicado el martes, 05/07/2011, en el diario La Provincia/DLP


 

DE TODO UN POCO

Donina Romero

SOMBRAS Y LUCES DE LA VIDA

Está claro que vivir en el borde de la vida siempre es un peligro, y que vivirla sanamente y de forma natural puede ser casi tan bonita como la sonrisa de un bebé, pero todo depende de la vocación de vivir desmadrados o con una estabilidad emocional, y desde luego servidora de ustedes me quedo con lo segundo. Que el mundo está loco de atar ya lo sabemos, y que por ahí andan sueltos seres humanos con los nervios a flor de piel y con las venas como macarrones llenas de cólera, intransigencia, etcétera, también lo sabemos, pero igualmente también cantan los jilgueros, vuelan las gaviotas en el azul-celeste de la tarde y la sonrisa de un niño como un sol de mediodía sobre las oscuridades de la vida.

Ayer, en la calle, avisté desde lejos a un beodo más mareado que un hamster caminando en una ruedita, y con una templadera de las de camisa por fuera. Al llegar a su lado se me para de frente, en seco, y me mira con cara de malas pulgas, como si viniera de hacer horas extraordinarias, y a mí se me cae el alma a los pies, pues además de sentir que fueron los minutos más largos de mi vida, pensé en un yo qué sé que fue como un qué sé yo y en aquel dicho canario, “borracho cochino no pierde tino”, y que me insultaría porque le daba la gana y punto.

Al arribar hasta él, me decanté por ofrecerle el interior de la acera, pero él, educadamente, me hizo un pase de torero indicándome con la mano que el interior de la acera era para mí, con el comentario, “señora, aunque soy un desgraciado, mi educación la traigo desde la cuna y se va conmigo a la sepultura”. Siempre he sentido pena por este tipo de personas, pero en ese momento vi claramente las luces y sombras de la vida, alguien que seguro tenía una educación y una cultura y unos progenitores que lo educaron lo mejor que supieron, pero que ahora, vaya usted a saber por qué, se había internado en un mundo perturbado por el vicio y del que seguramente no podía o no quería salir. Superado aquel momento conflictivo, le sonreí, le di las gracias con un “vaya usted con Dios”, y me dirigí a mis asuntos pensando que todavía queda gente que aunque le vaya mal en la vida no pierde los buenos modales. Menos mal, Señor…

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