Artículo publicado el martes, 07/09/2010, en el diario La Provincia/DLP


 

                                            DE TODO UN POCO
Donina Romero                      
                        UN POQUITO DE POR FAVOR
         Sé que al respecto de lo que voy a expresarles existen opiniones en dirección opuesta y las respeto pero, qué quieren que les diga, como canaria que soy, por documento y sentimiento, no puedo callarme o dar la espalda a algo tan importante para los canarios y no me agarro a ese tan acertado proverbio chino que dice,”no rompas el silencio si no es para mejorarlo”, ya que al menos yo no me morderé la lengua para pedir -no sin cierta exigencia y con “un poquito de por favor”- que no prescindamos de nuestros hermosos localismos por las formas peninsulares, porque no es cuestión de cambiar un tesoro por una joya, al menos para nosotros los isleños. Los modismos peninsulares han entrado a hurtadillas en nuestro archipiélago y nos vienen comiendo nuestro modo de hablar, sigilosamente, al tiempo que introducen expresiones demasiados frías para nuestra idiosincrasia y haciendo que nuestro hermoso y dulce estilo canario, por casi inexistente, se esté convirtiendo en algo más triste que un luto por una madre. Desde luego no tengo nada contra el habla peninsular sino más bien al contrario, pero al fin y al cabo, que luchemos por lo nuestro no es tratar de romper barreras ni de atrincherarnos en nuestra diferencia verbal con una lucha encarnizada, sencillamente se trata de no olvidar nuestros preciosos decires (que sirven muy dignamente para ser escuchados en elegantes bailes de salón), que siempre fueron para el peninsular que nos visitaba la guinda del pastel, junto con nuestro maravilloso clima… y el gofio, que les gusta más que un helado de pistacho y turrón.
Y viene esto a cuento porque hace unos días, en la playa, vi y oí a una joven madre canaria cómo le increpaba a su pequeño y molestón hijo diciéndole “chacho, déjame ya el alma tranquila y vete a jugar al boliche con los demás chiquillos, porque ya me tienes esperecida por no verte delante mortificándome”. Ni que decir tiene que oírlo me alegró y me gustó como una campanilla de alzar en misa ya que, tristemente, en estos tiempos que corren, escuchar hablar en canario alguna vez por ahí es tan raro y difícil como que a los perros le salgan cuernos. Y es que este hablar tan nuestro ha ido en rápido ascenso de un olvido que se hace doloroso a nuestros oídos, tan acostumbrados desde que gateábamos a “sentir” nuestros decires en labios de nuestros mayores, y de los que tenemos nostalgias y desconsuelos. A servidora de ustedes esta pérdida, esta amnesia me parece una cornada, un amurco de toro que se mete a sangre en nuestras tradiciones dialécticas, y creo que no hace falta explorarnos el pulso para entender que la tristeza por este motivo ha asaltado las arterias a muchos de nosotros como un dolor quemante. Y, lo que es peor, parece que va camino de no recuperarse dado que se han ido debilitando incluso nuestras costumbres isleñas, atrapadas ya en las redes de la televisión y en ese puñado de diarias películas traducidas a un castellano puro y correcto pero duro, un modo de hablar arisco (erizo cachero) y con series televisivas españolas en donde jamás aparecen cadencias y ternuras como las nuestras: “somnolencia (embeleso), “caprichosa” (antojadiza), “estrábico” (bizco), “ofensora” (faltona), “esparto” (estropajo), “hígado adobado” (carajacas), “mazorcas” (piñas), “sobrecogida” (erizada), “hedor, fetidez” (fos), etc…
Y digo yo que a lo mejor con un poco de suerte, y esforzando la memoria y la buena voluntad por nuestra parte, el tiempo ponga nuevamente las cosas en su sitio y nuestros localismos dejen de estar postergados, arrinconados, relegados, y se instalen de nuevo, volviendo a estar en el mismo lugar de donde nunca debieron moverse. Que tengan un buen día.

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