Artículo publicado el martes, 09/12/2014, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

LOS AVAROS

Existe un pensamiento de Vero Dossat que explica muy sabiamente que “comparar al avaro con el cerdo, es ver que ambos no son útiles sino después de muertos”. Y aunque en el fondo los humanos no somos tan diferentes unos de otros, existen conductas que realmente perturban el alma y a las que hay que ponerles un velo de repulsión. Creo que la avaricia es un comportamiento y un mal hábito que, una vez adquirido, es imposible de borrar, aparte de que no me parece un agradable vehículo para la liberación del espíritu porque puede llegar a ser el peor de los amos de una persona. Afortunadamente para mí, Dios me regaló un espíritu generoso y no hay nada que me pueda hacer más feliz que regalar a quien lo necesita y aún sin necesitarlo. Hace ya cantidad de años tuve una íntima amiga, soltera y mucho mayor que yo (hoy ya fallecida), que siempre se andaba doliendo de su falta de liquidez económica, y su tristeza, por este motivo, iba en aumento junto a una mirada deshabitada de luz y alegría, como implorando protección con una grandísima capacidad para llorar sin lágrimas. Servidora, que siempre voy por la vida llena de buenos propósitos (aunque algunos seres humanos te hagan pensar con su mezquina actitud que tales sentimientos no sirven para nada), me dediqué, aparte de abrirle de par en par las puertas de mi casa, invitarla junto a mi esposo a algunos de nuestros viajes a Madrid con todos los gastos pagados de avión y hotel, más a actividades culturales y de ocio, y por supuesto en nuestra isla a meriendas, comidas y cenas con nuestros amigos íntimos o sin ellos, veraneos en el sur con toda mi familia, y así por muchos años hasta que falleció repentinamente de un infarto.

Encontrándome un día con uno de los tres únicos sobrinos que tenía, despertó mi curiosidad qué se había hecho con el bonito piso de su tía, contestándome ante mi asombro que se lo había dejado en herencia a los tres con la sorpresa de un tesoro de varios millones de las antiguas pesetas que estaba escondido y encontrado detrás de una de las gavetas de su tocador. Aquel desagradable descubrimiento me hizo clamar al cielo, al tiempo que un agudo dolor se adueñaba de mi corazón, y aunque me esforcé en serenarme, la furia se adueñó de mi mente recordando que en tantos años de íntima amistad jamás, jamás, recibí un regalo por su parte y ni siquiera a mis hijos, aún niños, fue nunca capaz de obsequiarles con un simple chupa-chup. Decepcionada, no quise recoger más información sobre ella, porque estaba claro que su codicia, su mezquindad, la usura exagerada había atravesado su cerebro alejándola de todo sentimiento de generosidad. Perdonada está, porque entiendo que todos en nuestras vidas tenemos luces y sombras. Ay. Señor, qué pena, penita, pena…

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