Artículo publicado el martes, 15/06/2010, en el diario La Provincia/DLP


                                         DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                             EL BUEN CAFÉ
         A servidora de ustedes le gusta más un cortado bien hecho que la miga de un pan de Agüimes. Pero me gusta el cortado, cortado, no un “desgraciado”, o sea, con leche desnatada, sacarina y un sobre de descafeinado, porque eso me deja peor que si me salieran burbujas de Baya-Baya por la garganta. Me gusta el café, café, porque además tiene muchas cualidades: quita el sueño (pardela) y despierta más que una infusión (agüita), aparta el cansancio (el descuajerincamiento) aunque a veces te deje inquieto (rabo de perinqué), anima al abatido (volador mojado) y un largo etcétera lleno de hurras.
A lo largo de mi vida he comprobado que tiene buenos amigos el café, sobre todo el café de máquina, y es que ya sólo el aroma a buen café caliente por las mañanas es como una magnífica pieza de piano interpretada por el mejor concertista, un emocionante encuentro que casi convierte el cuerpo en instrumento musical. Dice un refrán que “Mentiras y olas nunca vienen solas”, pero todo lo que se hable del café jamás será mentira (batata), pues podrá o no gustar pero lo que sí es cierto es que es una razón de peso para tomarlo o no. Por ejemplo, para alguien que tenga la tensión alta o el sistema nervioso algo desequilibrado (soliviantado), tomarlo puede llegar a ser más peligroso que un cargamento de bombas pues para uno y otro es un disparo de cañón al corazón. De todos modos hay diferentes clases y modos de tomar café. Hay quien por la noche y para poder conciliar el sueño se hace un “desgraciado” y tan ricamente que se va a la cama. Y es que traigo yo una semana reflexiva con esto del café, pues aunque soy de uno o dos cortados diarios porque su sabor me encanta, desde luego para mí no es precisamente un generador que me cargue las baterías porque yo no funciono con energía eléctrica ni soy un motor de gasolina, lo tomo porque simplemente me gusta, pero parece que para los “auténticos cafeteros” el café cargado de todos los días, además de saberles mejor que un salteado de ancas de rana  -que dicen que es exquisito, aunque prefiero un buen sancocho o unas papitas arrugadas con mojo de la p… la madre-,  es un pellizco que les revive el espíritu y arregla el desorden anímico. Además dicen que bien dosificado descongestiona la piel y refuerza los capilares.                            
         Lo que está claro es que al café para promocionarse no le hace falta un manager, porque para muchos adictos al mismo es la octava maravilla del mundo después de los Jardines Colgantes de Babilonia o el Coloso de Rodas. Y es que “los cafeteros” dicen que la mejor cura de urgencia para levantar el ánimo es un buen café de máquina y cargado (hasta ahí no he llegado). Cuando los entusiastas oyen hablar mal del café y de la repercusión que el mismo tiene sobre el corazón, se apresuran a comentar con ahínco e indignados “no me toquen el café”, porque parece ser que han establecido con él una relación fraternal, seducidos por su amor-adicción al mismo, y cuando afloran las penas o el cuerpo se abate, pregonar que unas cuantas dosis al día les deja el esqueleto a estrenar, aunque les manchen los dientes.
         Luego están, para su pena, aquellos que no lo pueden tomar por eso de las taquicardias y las arritmias, sístoles y diástoles, pero ahí al café le sale su orgullo machista cuando cree que lo rechazan, y entonces se esmera y no duda en hacerse desear enviando su fascinante aroma que, pese a los intentos, le resulta fallido a pesar de los deseos del prójimo taquicardiado. Y digo yo que tampoco es que nos dé una vida contemplativa, porque para esto están la misa y los ejercicios espirituales, pero sí que nos produce un cierto bienestar, que es de agradecer. El café es coqueto y seductor, se conoce necesario y lo sabe. Tanto es así que incluso en los pueblos lo siguen usando para quitarle brillo a los trajes oscuros o negros y a la cinta de los cachorros. Y es que, por las barbas de Neptuno, algo tiene el café que lo hace más atrayente y misterioso que un biombo chino en una esquina. Que tengan un buen día… y buen café.
 

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