Artículo publicado el martes, 15/11/2011, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

GUARDAR LOS SECRETOS

Dicen que quien cuenta un secreto destruye la buena amistad con quien lo confesó y compartió, al confiar en su discreción y en su silencio y luego fallarle. Entiendo que alguien que confiesa un secreto está honrando al otro con su confianza porque lo cree merecedor de su amistad, pero supongo que la decepción hacia el amigo por haberlo contado también depende del trato escaso y superfluo o intenso e íntimo que se tenga con la persona en quien se depositó la fe. De todos modos, como somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras, debemos enfrentarnos a la débil naturaleza humana y aceptar y esperar la deslealtad o callar sin cloroformo y no contar nunca que ni siquiera estamos haciendo un cursillo de cristiandad, porque a veces aunque nos confesáramos en arameo al amigo/a, si tiene deseos de contarlo lo entiende, lo traduce y lo suelta. La condición humana es así y está ahí: con los oídos porosos como una esponja que lo absorbe todo, con la boca, que detiene o no el secreto verbal dependiendo de si quiere o no dominar la palabra, con los ojos, que son un mar de misterios y no podemos escapar a la mirada.

Desde el principio de los tiempos han existido los secretos y viven en el hombre desde que el mundo es mundo. Eva, con toda la seducción y su desnudo integral, le confesó a Adán su secreto más íntimo, su deseo de robar las manzanas del Árbol del Bien y del Mal, pero al buenazo y chivato de Adán le faltó tiempo para descubrir lo que le sopló confidencialmente y al oído su amada costilla, cuando el Creador le preguntó al muchacho qué habían hecho. Y ya, desde ahí hasta hoy, las confidencias reservadas para el amigo se han instalado en el hombre con tanta adhesión como una garrapata en una ingle.

Creo que normalmente los secretos no se descubren intencionadamente ni por inflingir un daño, simplemente ocurre y se manifiestan porque en esta difícil rueda de la existencia reinan la memoria y el olvido (creo que este último es la principal causa de contarlos, “te lo juro por mi madre que no se lo cuento a nadie”. Y luego se olvida y lo cuenta), los afectos y los desafectos, la ignorancia y la inteligencia, la prudencia y la irreflexión, la traición y la lealtad…, porque son las turbulencias de la vida y no hay alternativas: somos seres humanos imperfectos. Que tengan un buen día.

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