Artículo publicado el martes pasado, 01/07/2014, en el diario La Provincia/DLP


DE TODO UN POCO

Donina Romero

ORGULLO Y RENCOR LO DESTRUYEN TODO

Decía el excelente escritor inglés, Walter C. Hagen, que “el perdonar nos ahorra el gasto de la ira, el costo del odio y el desperdicio de la energía” Y estoy convencida de que es verdad, y aún para más confirmación existe un proverbio francés que también lo corrobora, “no hay almohada más blanda que una conciencia limpia”. Creo que guardar orgullo o rencor por una ofensa y llevar dentro ese desagradable sentimiento hasta el resto de los días no merece la pena sentirlo, porque la vida terrenal es muy breve y, afortunadamente, no puedes llevártelo contigo al otro mundo.

Aquí, en el planeta Tierra, sólo estamos de visita y el tiempo arregla muchas cosas, pero aunque no fuera así porque el dolor de la ofensa inferida es grande, el orgullo, que no te deja salir de tu concha ofendida, te fijará en la memoria la ofensa como con un tirafondo, será como una tortura y con el hacha de guerra en alto, esperando la ocasión de darle el hachazo al enemigo. Y ahí creo que estamos equivocados, primero porque nunca se nos da más de lo que podemos aguantar, y segundo porque lo mejor es perdonar, olvidar y retirarse lo más lejos posible del enemigo, ya que seguro que te la vuelve a hacer, pues sabemos que quien hace un cesto hace cientos y mejor dejarle el camino expedito, ancho y carretero, para que sus trastadas no te rocen de nuevo.

Así es que si sabemos que el rencor y el orgullo lo destruyen todo, ¿para qué enfrentarnos a un sentimiento tan devastador y sucumbir en ese mal estado del alma? Aquello de “el alma cruelmente herida perdona pero no olvida”, me parece de lo más absurdo, porque si perdonas es que olvidas, y si olvidas es porque perdonas, aunque eso sí, repito que alejando al personaje.

En mis tiempos jóvenes conocí a dos hermanos que se enamoraron de la misma chica, decidiéndose ella por uno de los dos muchachos y dejando al otro, precisamente quien más regalos le hacía, con tres palmos de narices. El orgulloso abandonado nunca se lo perdonó a la muchacha, y a pesar del esfuerzo continuado de ella por llegarle al corazón como cuñada, él le daba la espalda con un comportamiento poco apropiado. Casada ya continuó intentándolo, hasta que harta abandonó su talante conciliador y hasta hoy, pues el despechado, que también casado vive en Venezuela, cuando viene a la isla de vacaciones se dirige a su hermano como si nada hubiera pasado, pero ella le genera aún un orgullo y un rencor incapaz de controlar, y así la ningunea y le demuestra que es sólo humo para él. Tonto el tipo, que se perdió una cuñada estupenda y que a lo mejor no habría sido la esposa que soñó, vaya usted a saber. Y es que ante esta clase de gente, mejor entrecruzar los dedos pidiendo suerte. Ay, Señor, qué cosas…

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