Artículo publicado el martes pasado, 06/01/2015, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
HOMBRES Y MUJERES, TAN DISTINTOS…
Decía la escritora Doris Lessing, Nobel de Literatura, que “hombres y mujeres somos gente muy distinta. Somos dos especies que intentan vivir juntas para no sentirse solas”. Indudablemente, la señora Lessing es muy dueña de sus reflexiones y de sus palabras, pero, ¿hasta dónde tiene razón? Es evidente que hombre y mujer somos seres diferentes y que convivir juntos es internarse en lo desconocido sin saber hacia donde vamos, y sin pensar si merece la pena arriesgar la independencia por alguna compañía (en el caso de la mujer) masculina que igual solamente da dolor de cabeza.
A una conocida mía, soltera de toda la vida y sin ánimos de casamientos, la facultad de razonar se le pierde cuando habla de los hombres. La fija idea de que convivir con un hombre es más difícil que caminar sobre ascuas, le ha cristalizado en su cerebro de tal manera que ya no hay forma humana de convencerla. Sus palabras, hacia el género masculino, son tan afiladas que pueden perforar las piedras e intenta poner siempre un metálico telón de anestesia para que sus redes neuronales no fenezcan. Leí por ahí que “quien anda con gente difícil, acaba siendo difícil” y, ciertamente, estoy convencida de que esto le sucedió a ella. Y me explico. Tres. Tuvo tres convivencias largas, y siempre con una sensación de descontento hacia ellos y en un estado de nerviosismo en aumento. El orden, el desorden, los celos, la economía, la esplendidez, la gorronería, la desaprobación hacia todo lo que hiciera el otro era siempre un sentimiento perturbador al que nunca supo poner un velo de comprensión, y así, al no enterrar jamás el hacha de guerra, se le fatigaba el cerebro navegando entre el orgullo y la rabia, sin darse cuenta de que ellos también se hicieron difíciles al tratarla en la intimidad del hogar y ver que no era la palomita romántica de la que un día se enamoraron y que les gustó más que un cruasán recién horneado, aunque resultó ser más falsa que la sacarina.
Complicada como un puzle, terminaba las relaciones sin indulgencias y cansada de lafamiliaridad que ya le parecía aburrida como un canto gregoriano, mientras ellos, los pobres, quedaban decepcionados al pensar que la vida juntos los dejarían unidos al “gran amor” como dos hamacas pegadas con cola de carpintero. La donna, que no se reconocía tan difícil como prolongar la vida de las velas, siempre creyó que los culpables eran ellos, pero yo creo que la mayor causante fue ella porque, además de ser un ser impertinente, corría ciegamente hacia la completa y eterna felicidad sin comprender que“la felicidad es como una mariposa, que cuanto más la persigues más lejos está de tu alcance”.Por otro lado, se olvidó de la conquista diaria, de regar la flor, de cambiarle el agua al pez y al pajarillo… porque, ya se sabe, nadie puede pescar con anzuelo un cocodrilo”. Ay, Señor, qué cosas…
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