Artículo publicado el martes pasado, 06/11/2012, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LA INGRATITUD
Hacer el bien a los demás es una labor gratificante que enriquece el espíritu y que nos desprende de todo egoísmo, pero aunque no hagamos el bien para recibir agradecimiento, increíble me parece que haya gente tan ingrata que no pague los favores ni con altramuces (con chochos), y que encima se lleve sus malas pulgas a todos lados haciendo de su entorno un clima irrespirable. Y aunque dicen que la ingratitud es sólo una cuestión de cultura y de educación, servidora opino lo contrario, pues creo que se nace con una acumulación de egoísmo desde el cráneo hasta el coxis y con un agudo déficit de ternura, unido todo ello al deseo de beneficiarse (sacar tajada) del prójimo, y nunca cogerán fundamento.
Creo que detrás de esos personajes hay un precipicio al que es mejor no asomarse y dejarlos de lado, huyendo de ellos para que no nos afecten, porque el ingrato es rebelde (panchona revirada) para agradecer y ya lo dice el refrán,”sólo la boca de un mal nacido puede hacerle traición al pan que come”, y tenerlos delante puede llegar a ser tan molesto como un picón en un zapato y no es cuestión de que nos perturben la paz.
La luz y la oscuridad son intangibles, pero al egoísta se le puede ver y tocar. Y digo yo que la brevedad de esta vida no es para vivirla metidos en continuos disgustos con esta gente ingrata, poseedora de un comportamiento poco apropiado y de una mala uva que te fatigan el organismo, a la que hay que temerle como a los tambores de Fumanchú, sino para intentar disfrutarla junto a personas que saben gozarla y reconocerla, que agradecen este difícil juego que es el vivir y que valoran hasta el poder respirar. El mundo está lleno de buenas personas y es a ellas a quienes debemos arrimarnos para ser felices.
Si la ingratitud tiene mala fama por algo será, así es que lo mejor es tratarla como a un virus que se extiende con mucha facilidad en este mundo imperfecto, y tenerles pena y lejos a los ingratos, desleales egoístas, es lo único que se puede sentir y hacer hacia quienes pudiendo proyectar con algo de esfuerzo un gramo de agradecimiento, de correspondencia, sólo dan patadas de mula. Ay, Señor, qué cosas…
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