Artículo publicado el martes pasado, 13/05/2014, en el diario La Provincia/DLP
DE TODO UN POCO
Donina Romero
LA ANDROPENIA MASCULINA
Tiene gracia que siempre se hable de la menopausia, de la mujer menopáusica y sus trastornos, y nunca se hable de los andropénicos y de la andropenia, que es el síndrome que padecen los hombres entre los cuarenta y cinco y los setenta y cinco años (aunque parece que sólo el 52% de los varones) y que es un problema que trae de cabeza a más de un caballero entre estas edades. Y lo comprendo, porque tiene tela que a muchos machitos ligones, llegada la tal andropenia, les vengan iguales sofocos que a la mujer menopáusica y con la misma necesidad de abanico dado que les provoca sudoración en todo el cuerpo, les disminuya el crecimiento de la barba, pierdan fuerza muscular y la libido se les vaya a hacer puñetas pues la irritabilidad y, en muchos casos, la depresión, no les deje tiempo ni ganas para juegos eróticos ya que la vida en sí se les ha convertido en un ataque vikingo.
Y no lo digo yo sino los datos fiables de la Encuesta Nacional sobre Salud del Hombre y Andropenia. Pero los muy pillines andropénicos no dicen nada al respecto y continúan actuando como jovencitos veinteañeros haciéndonos creer que eso sólo son cosas de mujeres, con lo cual y por vergüenza, a pesar de que la miran de reojo (de refilón), encierran la idea en un baúl con siete llaves mientras se enrollan como una cochinilla para no oírlo ni verlo. Lo curioso del asunto es que más del 60% de los hombres parece ser que ni siquiera ha oído hablar de esto y, como consecuencia de tal ignorancia, casados y solteros, no reciben el tratamiento adecuado, y ahí tenemos entonces al hombre incapaz de liberar tensiones, suspicaz, con un carácter peor que el vinagre viejo y pidiéndole prestado el abanico a su esposa que, complaciente lo comparte con su caluroso pitopáusico…, perdón, quise decir andropénico.
Y desde luego, si no se vigila y se trata, la vida andropénica puede llegar a ser un mal rollo para quien siempre la ha vivido sin fisuras desde que salió del útero materno, y peor aún si le tocó al ligón de turno, al que siempre presumió de músculos y de desconocer los sofocos y no tener calambres en las piernas ni de perder el sueño… y de que la vida es una fiesta más exótica que un sancocho con batatas y mojo verde para un guiri, porque si quiere seguir ejerciendo de ligón tendrá que traficar con la mentira y creerse a sí mismo que eso no le está ocurriendo a él pues, por sentimiento y documentación, es varón de toda la vida. Y es que también para los hombres amanece un sol sin calentar y el declive físico irrumpe igualmente para todos, pues el paso y el peso de los años ni siquiera deja residuos de juventud, ya que sabemos que los años son un papel de lija que acaba con cualquiera. De todas formas, tampoco la andropenia es un susto para perder el conocimiento (tino) o quedar con los pies clavados en el asfalto, aunque a muchos señores debe dolerles como la mordedura (chabascada) de un perro en una canilla. En fin, que a la andropenia hay que mirarla de frente y tomarla como viene, sin buscar la llaga para meter el dedo ni agarrarse a la estantería de los santos, que al fin y al cabo la vida, el vivir, es para todos, a veces, como una lluvia de canciones de Frank Sinatra y otras como un suelo regado de minas y hay que saber sortearlo con más o menos equilibrio… pero con el abanico cerca para ambos sexos y para hacerle frente a los sofocos. ¿Andropénicos? Sí, pero sin ocultarlo, sin amulamientos ni chirgos, faltaría más. Y que Dios me los bendiga, mis hijitos…
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