Artículo publicado el martes pasado, 25/05/2010, en el diario La Provincia/DLP


                                         DE TODO UN POCO
Donina Romero   
                                       EL  ACOSO  ESCOLAR
      Ahora al acoso escolar le llaman “bullyng”, esa práctica deleznable y terrible entre estudiantes y que ejerce un influjo maléfico sobre los adolescentes empobrecidos de alegría, paz, libertad y falta de personalidad.            Oí esta semana pasada por televisión que una gavilla de gamberros con catorce años dieron una paliza a una compañera de la misma edad, con cierta minusvalía y que, además, colocaron la “filmación” de tal acto en Internet como una proeza a su cruel hazaña. También oí cómo en Austria, un jovencito de quince años se suicidó dejando una misiva a sus profesores, culpándolos de su desgracia por haberse inhibido del acoso al que estaba sometido por compañeros desaprensivos que le perseguían y maltrataban con la malsana idea de dejarlo metido en una trinchera, solo, aislado,  sintiendo que para él la vida ya sólo era una especie de paréntesis cerrado, y sin sentirse capaz él mismo de entender aquella situación envenenada. Lo peor del tema es que, según el informativo, los padres del acosado ya habían dado la voz de alarma a los docentes, quienes en lugar de enderezar la situación pusieron negligencia  a la cuestión estimándola baladí, refugiándose en la indiferencia y volviendo los ojos a tan tremenda realidad, quizá pensando que era mejor ser prudentes con respecto a la acción vandálica, cuando lo cierto es que fue a mi entender un acto de pavor por no saber (o no querer) enfrentarse a una verdad tan monstruosa. Ya lo dice el refrán, “saber lo que es correcto y no hacerlo es un acto de cobardía”. Y ahí está el resultado: un estudiante adolescente suicidado por acoso.
     Me pregunto mil veces cómo es posible que esta clase de pedagogos haga oídos sordos a un problema tan acuciante y que clama la atención de la sociedad actual. Es triste y vergonzoso la falta de autoridad moral como educadores que tienen muchos profesores hoy en día, y que se supone son los más capacitados y responsables de ejercerla en alumnos/as acosadores que se atreven a hacerle la vida imposible a compañeros más educados, correctos e indefensos, que aunque reclaman la atención de sus docentes éstos se inhiben del asunto dejando a esas pandillas de golfos/as a su libre albedrío, con “líderes” manipulando el abuso al acosado condiscípulo y a la propia cuadrilla (débiles escolares despojados de su personalidad, enjaulados en su temor y arrastrados por el maniqueísmo del pandillero/a que, curiosamente, llegado a la mayoría de edad se queda socialmente solo y con menos fuerza que un volador mojado). Y están los “fuertes” pandilleros equivocados, porque el compañero que se supone “débil”, para poder acosarlo y destruirlo moralmente, no es más que un escolar cortés, amable, antiagresivo y carente de ese tipo de maldades, porque ha sido formado por unos padres con conciencia social, preocupados por poner el acento en la educación del hijo, participantes de su moral y de cuanto le rodea, guías y consejeros de ese hijo que, por mala suerte, ha sido el punto de mira de una insolente, golfa y despersonalizada camarilla, que a su vez carece de la atención y el amor de unos progenitores que de alguna manera también han perdido su autoridad sobre ellos.  Y es que ser padres significa ejercer de ello con una actitud seria y preocupada por el carácter de ese hijo/a incívico que se les está escapando de las manos, y al que incluso consideran “poderoso” porque arrastra con él y su yugo opresor a un rebaño de ovejas sin personalidad y con más susto en el cuerpo hacia el gamberro/a que un temblor de tierra. Con esos “líderes, incívicos y pandilleros”, junto a su “rebaño” de lenguas afiladas y manos ligeras, que sólo intentan alborotar negando a los demás cívicos compañeros la capacidad de reír, jugar, y algo tan importante como es la alegría de ser joven y vivir, habría que tomar medidas contundentes y exigirles que de continuar así serán  expulsados de ese Centro para siempre jamás, y llevar “sus hazañas” como un lastre en su futuro currículum laboral. Y a esos preceptores, por su negligencia y cobardía, que reserven su valentía y autoridad para estos lamentables casos, y no para penar a un alumno porque “se ha reído en clase”, por ejemplo. A esos padres y tutores, que tengan al menos un día de reflexión.

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