Artículo publicado en el diario La Provincia/DLP el 20/11/2007.


                                       DE TODO UN POCO
Donina Romero

                 LA TELEVISIÓN,  UN  BOQUETE  INMORAL 

        Creo que ya es demasiado lo que tenemos que soportar de ciertos insensatos  -sean quienes sean y vengan de donde vengan las órdenes-  que ametrallan nuestras vidas infiltrando en la televisión obscenidades y malos ejemplos, y plantando cara de modo insolente a nuestro absoluto rechazo.  A lo largo de más de veinte años, la televisión nos ha venido disparando torpedos de inmoralidad e incultura a babor y a estribor, y tan increíble todo ello como salir en pleno invierno en Canadá sin calcetines, mientras nosotros, los sufridos televidentes (intentando inútilmente lanzarles un misil cargado de preguntas y enojos), continuamos metidos en el agujero de la impotencia sin saber cómo actuar ante tamaña agresividad y esperando que algún equipo de salvamento venga a liberarnos de tal situación, de esta televisión que se nos ha convertido en una zona fétida que de pronto nos pilla (trinca en c.) desprevenida nuestra moral, angustiándola y sumiéndola en la mayor confusión.
      Desde luego no suelo desperdiciar mi tiempo en ver esa bola (pella) de programas televisivos que atacan contra la estética y la ética de los seres humanos pero, lamentablemente, a veces caigo en esos terrenos pantanosos y se me afilan las uñas al ver tanto desmadre que lo único que hace es estropearlo (encharcarlo) todo. Estoy segura de que todos tenemos magulladuras en el alma y en los ojos, más espasmos cerebrales de tanta indecencia y escenas de absoluta barbaridad (crímenes, violaciones, disparos, drogas, sexo, secuestros, alcohol…, amén de espantosos espacios de ocio, etcétera) que disparan contra nuestra inteligencia pero que, afortunadamente, no han logrado que ésta caiga por las alcantarillas a pesar de los furibundos ataques, y hemos sobrevivido gracias a nuestro rechazo aunque esperando el resultado final de una marcha atrás en este tipo de televisión, y comenzar de nuevo con embrague, en primera y sin aceleración, que es como no se averían los motores. O sea: volver a la normalidad. ¿Y no creen ustedes que sería para celebrarlo? (¡Oh, qué alegría!). Respirar de nuevo el oxígeno de la moralidad y la cultura, que la maleada programación infantil ya no acelere en los niños su proceso de crecimiento mental y que sean los estudios y una sana alimentación (con el rico gofio incluido), junto con una televisión correspondiente a sus años lo que les otorgue la magia de continuar siendo niños…   ¿Cuándo habrá cambios en la televisión que no tengan ese boquete tan grande donde cabe un rosario largo de malos ejemplos, que tanto afectan al cerebro de la juventud? ¿Verdad que todos tenemos desconsuelo (magua) de la moralidad?
      Como creo que no hay nada imposible en este mundo y que incluso las pesadillas son eso: un mal sueño del que en algún momento nos toca despertar, y como siempre hay un lugar en el corazón para la esperanza y las ilusiones no tienen edad, espero (esperamos todos) con la misma ansiedad que un campesino espera  la lluvia, que “estos señores prepotentes (sabedores) programadores”, que se merecen un par de bofetadas (fleje de cachetones), acaben con este juego sucio, que nos regaña como si nos hubiéramos tomado un trago de vinagre viejo, y se lo piensen antes de programar, pues de nada les sirve ganar el mundo si pierden su alma. Y no deseo acabar este artículo sin dejar de añadir que nosotros, los sufridos televidentes, con esta denuncia no tratamos de que obedezcan órdenes sino de que reciban buenos consejos, porque hoy en la televisión está todo más triste que una malagueña bien cantada. Qué pena, penita, pena…
 

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