Artículo publicado hoy, 07/10/2008, en el diario La Provincia/DLP

                                                  DE TODO UN POCO
Donina Romero
                                                     LOS MOROSOS
         Decía Confucio que “si no enseñas algo a una persona que podría aprovechar la lección, pierdes a una persona, Si intentas enseñar algo a una persona que no quiere o no puede aprovechar la lección, pierdes tu tiempo. El sabio no pierde ni personas ni tiempo”. Y esto es lo que sucedió a Salvador “el garepa”, un carpintero joven y de fuerte carácter, de un pueblo del sur de la isla, que va siempre pelado como una pera al vino y que de cultura tiene poco, pero la sabiduría le rebosa hasta por los poros de la piel. Pesetero como una alcancía, jamás se ablanda -como un tallarín en agua hirviendo- cuando algún cliente le pide un descuento o rebaja por su trabajo, y no lo demuestra precisamente con la sonrisa de un bebé pues para esas cosas es canela en rama y tan práctico como un carrito frutero. Ocurrió que un matrimonio de cierta edad, de la capital y muy querido de Salvador, le encargó dos mesitas de noche para su alcoba más una mesa y un roperillo de cocina, pero dada la confianza y el cariño que les tenía no les cobró nada por adelantado, pensando en hacerlo todo junto recién terminado el encargo. Pero hete aquí que el susodicho matrimonio, después de aceptar los muebles, se declaró insolvente, y donde quiera que veía a Salvador “el garepa” se escondía (como el calamar echando el agua “chirri” para despistar) por las esquinas para no enfrentarse a la deuda.
         Pasado un año, cansado el carpintero de esperar el pago y viendo que el mismo se alargaba, se presentó un día en la casa de los morosos dispuesto a cobrar como fuera, pero el matrimonio, de modo respetuoso y serenamente le dijo, “lo sentimos mucho, Salvador, pero uno paga cuando tiene perras, mi niño, y nosotros por ahora, si no es atracando un Banco…” Al pobre de Salvador se le encendió inmediatamente el fósforo que llevaba dentro, y viendo además que al matrimonio amigo se le había vuelto (virado) la voluntad contra él, cogió arrestos y en un grito les aclaró, “¡pos o me pagan los tollos o mañana mismito saco los muebles de aquí con el fulgón de mi hermano Manué, porque yo no soy ningún carajo la vela p’a que me mangoneen de esta manera! ¡Ansina que apoquinando lo que me deben o ya mañana no hay muebles en esta casa!” Al oír esto el deudor casi le da una fatiga, cortándosele rápidamente el hipo que tenía pero quedándose como si se hubiera atragantado con una pipa de albaricoque, aunque aún tuvo resuello para decirle, “¿me lo estás diciendo en serio, Salvador?”¡Porque me has dejado de riga, mi niño!” A lo que le respondió el carpintero, “¡pos si se ha quedao de riga, a partí de mañana y si no me paga, va a tené que hacer de mesita de noche pa que su mujé ponga el arradio arriba, porque si mañana no hay perras tampoco hay mesitas de noche, ni roperillo ni mesa pa comé, y van a tené que hacerlo encimba de la alfombra, porque les voy a dejá vacía la casa como una dentadura sin dientes, como que me llamo Salvadó!” Y saliendo iracundo de allí terminó con un “¡y hasta más ver que son señas de volvé… mañana con el fulgón!”
         Y no queriendo llegar a ningún entendimiento con quienes le habían defraudado, salió de la casa (arrancó la penca) dejando al matrimonio con la boca abierta. Y es que, como alguien dijo, “una cosa es cada cosa y cada cosa tiene su cosa”, y a la compleja maquinaria de la materia gris se le enciende el motor de la rabia y apaga el de la amabilidad cuando alguien se empeña en aliviar el bolsillo ajeno o en no pagar lo que debe, y más cuando el que no paga es un amigo, porque además de dejar la mala acción clavada en la memoria como un tirafondo, también deja el carácter más agrio que el agua de San Roque. Ay, Señor, qué cosas…

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